Había una vez una tortuguita que se llamaba Rosalinda, vivía en un lindo jardín muy bonito lleno de plantas, árboles y flores, ella todos los días paseaba por el jardín arriba y abajo, de vez en cuando comía algunas hojas frescas que encontraba en su paseo, y también bebía agua fresca de una pequeña charca que había cerca.
Así pasaba el día a día sin tener nada mejor que hacer, entonces se dio cuenta que no tenía nadie con quien hablar, jugar y divertirse, por aquel jardín tan florido y grande, entonces se dio cuenta de lo solita que estaba y empezó a llorar desconsoladamente, de pronto, una mariposa que pasaba por allí la vio llorar y empezó a revolotear alrededor de ella, poco a poco se posó sobre ella y escuchó detenidamente lo que aquella tortuguita solitaria le decía, y entonces le dijo:
– yo puedo volar y moverme por todo el valle, les contaré a todos lo solita que estás y seguro que encuentro a alguien para que juegue contigo –
La tortuguita le dijo; ¿ tu harías eso por mí ’?
La mariposa casi sin contestar echó el vuelo y desapareció de su vista. La tortuguita se quedo mirando al cielo muy triste, pensando que nunca más volvería a ver a la mariposa y que seguramente, nunca encontraría a nadie para jugar.
Ella siguió y siguió con sus paseos, de vez en cuando levantaba la vista al cielo para ver si veía a la mariposa volver, pero volvía a bajar la cabeza y seguía paseando muy desconsolada.
Un buen día de repente oyó un sonido lejano de risas y alboroto y con sus patitas se levantó para ver que sucedía.
No se lo podía creer, la mariposa volaba y volaba y detrás de ella, le acompañaban, todos los animalitos que había encontrado por su camino y a los que le había dicho lo triste que se encontraba la tortuguita Rosalinda, al estar tan solita. Pronto llegaron donde se encontraba Rosalinda y la mariposa les presento. Este es el patito Tito, esta es la señora gallina, doña Marcelina, también trajo a sus polluelos, Kiko, Niko y Rosaura. La tortuguita daba salto de alegría, por fin era feliz. Pero no se dio cuenta que muy despacito, muy despacito también venía otra tortuguita a hacerle compañía, se llamaba Sebastián. Todos juntos empezaron a cantar reír y le prometieron a la tortuguita Rosalinda, que ya nunca estaría solita y todos los días saldrían al jardín a jugar con ella. A partir de ese día, la mariposa pasaba por allí todos los días para darle los buenos días a todos los animalitos y ellos le contestaban riendo y cantando, pues gracias a ella, habían encontrado una amiguita con quien jugar y pasar el rato.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.