La Historia de la vida del Buscón es, para decirlo pronto y claro, sencillamente, la novela picaresca de Don Francisco de Quevedo, Señor de la Torre de Juan Abad y Caballero de la Orden de Santiago. Esto es, la versión aristocrática o la reacción nobiliaria del género. Así entendido, cobran cabal sentido sus rasgos más destacados, alteración de la poética genérica, desarticulación compositiva, obsesión nobiliaria, floreo verbal, etc.

Cuando Quevedo se fija, a comienzos del siglo XVII, en el recién fundado género picaresco, tiene ocasión de contemplar, fundamentalmente, el Lazarillo de Tormes y el Guzmán de Alfarache, novelas de moda por aquel tiempo. Ambas desenvolvían un arte realista de singular transcendencia tanto floral como significativa. En primer lugar, acuñaban un género novelesco nuevo, plagado de aciertos compositivos de cuyo molde surgía nada menos que la novela moderna. Por otro lado, relataban de viva voz las fortunas y adversidades de dos infames desharrapados en su doble lucha por la supervivencia cotidiana y por superar su abyección social. Por fin entrañaban la denuncia de dos marginados de las injusticias que acarreaban las estructuras nobiliarias del momento.

En otros términos, las dos trazaban e intentaban justificar la peripecia vital de sus respectivos antihéroes: Lázaro González Pérez, desde su oficio real de pregonero, agravado por un ménage à trois, donde desempeña el papel de cornudo, reclama gallardamente sus méritos toda vez que es hijo del Tormes, a la que vez que cuestionan los de la nobleza heredada; Guzmanillo, condenado a galeras y arrepentido por sus truhanerías pasadas, exige su experiencia en atalaya de la vida humana, para que los demás queden aleccionados, con aires de verdadera gravedad doctrinal. Sin embargo, nuestro joven autor parece mirar exclusivamente desde su inexperiencia narrativa y desde su presunción nobiliaria, con lo que no calibra ni las dimensiones novelescas ni la enjundia temática de aquellos ensayos.

Tan solo parece observar, con una buena dosis de desprecio y mofa, el atrevimiento, la desvergüenza y aun la desfachatez de esos desgraciados que pretenden hacerse hueco vital y social digno. Por eso, desdeñoso y carcajeante, se dispone a vilipendiarlos de forma inmisericoride. Nada mejor, que esas miras, que la Historia de la vida del buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, repárase: don Pablos, vagamundos y tacaños.

Ahora se trata de desenmascarar, desde la atalaya aristocrática, los trampantojos de los “vagabundos” y miserables que alientan aspiraciones nobiliarias y aún humanamente dignas.

Y no es que aquí se invierta el pensamiento picaresco – como se ha dicho tantas veces -, pues, al fin y al cabo, las tres picarescas que comentamos concluyen en lo mismo: en la imposibilidad de ascenso social de los malnacidos (pregonero cornudo, galeote arrepentido y delincuente redomado). El mensaje es el mismo lo que se altera es el enfoque o la perspectiva sociológica e internacional desde la que se emite: en los dos primeros casos se habla desde abajo, desde la propia marginación, con afanes de denuncia contra los de arriba; en la novela de Quevedo, por el contrario, desde arriba, desde la integración señorial con desdén y saña envenenada contra los de abajo.

Desde luego, no es lo mismo denunciar el determinismo social por motivos hereditarios que justificarlo. No debe extrañar, entonces, que, desde esos presupuestos y con esas miras, se desdeñe abiertamente buena parte de las constantes picarescas, para concentrarse en lo que más importa: el honor con todas las implicaciones.

El Buscón. Francisco de Quevedo. Edición de Florencio Sevilla. Madrid: Edelvives, 1991

El diseño picaresco de El Buscón
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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