Es una mañana fría de invierno, muy temprano. El pueblo todavía dormita. Una vieja gata se despereza mientras dobla un callejón. El silencio es casi absoluto; tan sólo el canto de los pájaros más madrugadores y el sonido del agua de la fuente rompen esta tranquilidad. De repente, algo irrumpe en mitad del sosiego; un autobús de brillantes colores se introduce por las estrechas calles y termina deteniéndose en la plaza. Tras el breve bufido de su sistema neumático, la puerta trasera se abre. A continuación, resuenan tres bocinazos que se pierden en el cielo azul. Asustados, algunos pájaros levantarán el vuelo. Los vecinos, en el interior de sus cálidas casas, ya saben que ha llegado a su pueblo el bibliobús, el autobús de los libros. En apenas unos minutos, algunas personas, mujeres mayores generalmente, saldrán a la calle, con sus bolsitas cargadas de libros y revistas, todo lo que se llevaron prestado el mes anterior, para devolverlo y llevarse cosas nuevas.  Comentarán con la persona encargada del servicio su opinión sobre los últimos libros leídos, le preguntarán si hay novedades, incluso hablarán de cuestiones personales. Tras años de visitar el bibliobús, se ha establecido una gran confianza y complicidad entre el bibliotecario y sus usuarias. No tienen prisa; la vida en el campo transcurre con su particular ritmo, sin ajetreos.

Una vez atendidas todas las usuarias, el bibliobús partirá de nuevo al siguiente pueblo. Avanza la mañana. El sol cobra fuerza y va derritiendo la escarcha que la madrugada esparció por los campos alcarreños. En la nueva población la cosa se va animando. En esta ocasión, además de a los adultos, hay que atender también a los más pequeños, a los niños y niñas de un colegio rural agrupado (CRA), una de esas escuelas que acogen a escolares de los pueblos de los alrededores y reúne en la misma aula a estudiantes de diferentes edades. El bullicio y la alegría invaden la cabina del viejo bibliobús, a medida que van subiendo los críos acompañados de sus maestros, todos con sus materiales a devolver y dispuestos a llevarse otros. El bibliotecario tiene que devolver, prestar y responder un tropel de preguntas que le llueven por todas partes: que si tienes tal o cual libro, que dónde están los libros de coches, que si tienen libros de dinosaurios, de influencers… El bibliotecario apenas da abasto ante tal aluvión de preguntas. Una niña le dice con timidez que se ha olvidado su carné en casa y que si se puede llevar libros ese día. «¡Ay, ay, ay! Por esta vez vale, pero no te olvides traerlo el próximo día», le replica el bibliotecario gruñón meneando la cabeza. La alegría parece brotar de forma repentina en los ojos de la niña, que correrá a escoger sus nuevos libros junto con el resto de sus compañeros.

Cuando toda la alegre chiquillería ha abandonado el bibliobús, el silencio se apodera de nuevo de la cabina, mientras el bibliotecario contempla con un resoplido toda una pila de libros, películas y revistas que sobresale de la caja y que tendrá que colocar de nuevo, cada cosa en su sitio, porque en un bibliobús, no se puede colocar el material en cualquier parte, así como así. Aquí, todo tiene su orden, su sitio, como en las bibliotecas grandes. Después, el vehículo reemprenderá su ruta, a otro pueblo, para llevar a sus vecinos información, cultura, diversión y entretenimiento.

Estas escenas, se vienen repitiendo desde hace muchos años, día tras día, en los pueblos de la provincia. En la actualidad, la Red de Bibliobuses de Guadalajara cuenta con cuatro vehículos -dos autobuses grandes y dos furgonetas-, que atienden a 184 municipios. Dos de ellos (una furgoneta y un autobús), con base en Molina de Aragón, atienden de manera alterna al Ducado de Molina, la comarca más oriental. Los otros dos vehículos (otro autobús y otra furgoneta), tienen su base en la ciudad de Guadalajara y atienden al resto de la provincia. En la actualidad, el servicio es de titularidad de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, aunque con el apoyo en su gestión y financiación de la Diputación Provincial de Guadalajara y la Fundación Impulsa.

Como el resto de las bibliotecas móviles, los bibliobuses de Guadalajara realizan un servicio de préstamo a domicilio de materiales de distintos formatos: libros, revistas, cd’s y dvd’s. Además, contribuyen a la animación cultural de los pueblos que visitan, organizando diferentes eventos, tales como cuentacuentos, teatro de títeres o recitales. Con la finalidad de rescatar el patrimonio inmaterial cultural de la región, la red ha realizado hasta la fecha tres campañas de recogida de testimonios orales de los más mayores, que se han materializado en tres libros con sus respectivos documentales, accesibles por Internet: «Guadalajara, agua y vida», «Guadalajara, tierra de miel» y «Guadalajara, rescatados del olvido». Por último, ha organizado cuatro certámenes internacionales literarios de relato breve y poesía.

Dada la orografía accidentada de la provincia y la dispersión de su población en pequeños núcleos, excepto la capital y el llamado Corredor del Henares, la Red de Bibliobuses de Guadalajara cumple una función fundamental para intentar revitalizar el medio rural, tan castigado en las últimas décadas por el azote de la despoblación y el envejecimiento. Procesos que, si se quieren revertir, entre otras medidas, se han de implementar y reforzar servicios como éste. Confiemos, pues, que los vivos colores de nuestros bibliobuses sigan alegrando las carreras y los pueblos de la provincia por mucho tiempo.

 

Rafael Sánchez-Grande Moreno

(Técnico de Bibliobús)

 

Libros peregrinos por Guadalajara
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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