Si tuviera que definir en dos palabras el libro que tengo entre manos y que voy a compartir con vosotros serían delicadeza y recuerdos. Os hablo de Geometría de la soledad de la autora Paloma Martos, quien a través de su narración va a realizar un repaso sobre su familia enlazado con relatos de la pandemia que todos tuvimos que pasar y en el que el mundo se paralizó. Pasado y presente enlazados en un libro de muy buena lectura y con capítulos cortos precedidos de un título. La lectura comienza con una frase de T.S. Elliot. Y los títulos que componen la narración comienzan con veinticuatro fotodramas y acaba con el titulado como el libro Geometría de la soledad.
La autora comienza en sus recuerdos de la niñez al que se atreve a pisar el huerto en el que vivió de pequeña para llegar a un país confinado en el que nos expresa los sentimientos y realiza reflexiones sobre esa etapa y en el que la muerte está presente que la autora aprovecha para hablar de los tipos de muerte.
“No hay palabras de consuelo para quien muere sin querer morir”
Nos relata cómo fue el fallecimiento de su hermano mayor y la desolación de vivir cinco fallecimientos en dos años. La autora aprovecha para hablarnos del tiempo que pasó con su padre y los recuerdos que le vienen a la cabeza a través de las fotografías. Y de eso trata la novela de contar la historia de su familia a través de los recuerdos y las fotografías.
Hay pasajes de desolación cuando se nos empieza a hablar de lo que se nos “quitó” a consecuencia de la pandemia, en el que se cerró la cultura. El libro está lleno de anécdotas y de horas viendo las fotografías de sus familiares, en el que conocemos cómo eran sus padres para llegar a una “nueva normalidad” en el que nada será igual que antes y el momento de acercarse a ver el mar.
Tampoco hubo Semana Santa y el mundo paralizado a través del miedo, a través de su prosa parece que estés leyendo poesía y la autora hace hincapié en las cifras dantescas. A modo de crítica se aventura a reflexionar en por qué a los mayores no se les trata con el mismo cariño con el que se trata a los niños. Y nos cuenta cómo fue el fallecimiento de su madre el día de los inocentes. La autora también lee en la novela El niño con el pijama de rayas, Filosofía de la expresión y 4 3 2 1 de Paul Auster.
Nos habla de su tío Guillermo que pasó por su vida como una persona invisible para otros, y que se encargó del cuidado de su madre, ya que fue una persona que nunca trabajó. Su mujer Ana está enferma de cáncer y de nuevo las fotos en blanco y negro están presentes para transmitir lo que le producen.
“Aferrarse al pasado paraliza el presente”
Seguimos con la prórroga del estado de alarma y en el que la gente se dedicó a hacer deporte. Nos habla de su abuela María y del encuentro con Sorolla quien le hizo un cuadro llamado “Verano”. Gracias a su abuela conocemos que fue quién le inculcó el placer de recuperar las historias olvidadas del pasado. Y con ella la autora nos recuerda las muertes de sus abuelas y los recuerdos con ellas y de sus primeras veces. En el que destaca la visita al Museo del Prado y la detención en el cuadro Venus del Espejo.
También se reflexiona sobre lo duro que debe ser la muerte de una madre de su hijo y lo que afecta a nivel emocional. Y qué bien que de nuevo a través de una novela se hable de la salud mental en el que la autora nos habla de los psiquiatras y los psicólogos y lo que afectó a la gente durante el confinamiento. De la importancia de la psicoterapia y de si los trastornos mentales pasan de generaciones.
La autora continuamente reflexiona a lo largo de la novela y es momento de hacerlo a través del libro La inmortalidad para hablarnos de la hoja de servicio de su tío Guillermo y el Gral. March en la guerra y la descripción que de ella nos dejó Benito Pérez Galdós.
Se nos trae a la memoria el programa televisivo ¿Quién sabe dónde? De Paco Lobatón en el que conoce la historia de su bisabuelo asociado a una guerra que se podría haber evitado y las consecuencias que trajo así como la correspondencia encontrada de 1826 a 1829 para conocer la historia de Gabriel Ciscar.
“Lo que el tiempo arrebata a nuestros ojos, permanece oculto a la memoria”
Llegamos al último capítulo que da nombre al título de la novela, en el que se habla del tiempo que le obsesiona, de cómo se prorrogó el estado de alarma hasta el 7 de junio y de la tristeza de haber perdido a sus familiares. Ella se ve con setenta años y nos cuenta que con este libro ha pretendido ver a la niña que fue a través de la mirada de su padre en las fotos.
Nos cuenta cómo pasó de devoradora de libros a escritora y de cómo sus recuerdos vienen a partir de los catorce años en los que le ocurrió todo lo importante. También nos cuenta cómo recibió el Premio Ramón Sijé. Reflexiona sobre que no soportaría releer El ciprés dormido y nos habla de la soledad del confinamiento y de cómo pudo volver a ella. Se reconoce igual a su padre y se nos cuenta cómo fue el final del confinamiento y su vuelva a la normalidad sola, pero que se siente viva cuando escribe.
Simplemente darle las gracias a la autora por esta novela, que debe ser un rendido homenaje a su padre y a la historia de su familia entrelazado con el presente que a todos nos tocó vivir. Como ella relata “mi auténtica vida no vivida recogida en este libro”.
