Murillo pintor barroco. Pertenece a la segunda generación de pintores de la escuela andaluza, más preocupados por el puramente pictórico que por los problemas plásticos. Fue Murillo el pintor religioso por excelencia, trabajando casi siempre para las iglesias y conventos de la capital.

Desde muy joven comenzó a recibir encargos, en los que fue configurando su posterior estilo, con gran riqueza y armonía cromáticas a la que uniría una delicadeza exquisita, casi rafaelesca, sobre todo en las representaciones femeninas e infantiles.

Atento observador de la realidad, no olvidó los motivos de bodegones en sus lienzos, tanto religiosos como profanos. Formado en el taller de Juan del Castillo desde 1629, donde recibió el influjo de Roelas, Zurbarán, Ribera y Alonso Cano, Murillo inició su producción hacia 1638 con obras como la Virgen del Rosario.

Poco después de haber contraído matrimonio con Beatriz de Cabrera y Sotomayor, el pintor llevó a cabo una serie de lienzos para el claustro chico del convento de franciscanos de Sevilla. Pieza capital de la serie es La cocina de los ángeles, así como la Muerte de Santa Clara. Dentro de este primer momento denominado por el sentido plástico, y que Céan Bermúdez denominaba estilo frio, cabe incluir asimismo la Sagrada Familia del Pajarito y la Adoración de los Pastores.

Paulatinamente su recorrido se fue enriqueciendo hasta olvidar el tenebrismo anterior. A ello vino a sumarse hacia 1650, el influjo de la pintura veneciana y flamenca, según se aprecia en las representaciones de San Leandro y San Isidro de la catedral hispalense, así como en el grandioso lienzo de la Aparición del Niño Jesús a San Antonio del mismo templo, realizados entre 1655 y 1656 en unión del Nacimiento de la Virgen.

Durante el bienio 1663-64 ejecutó Murillo el ciclo del convento de San Agustín hoy repartido entre los Museos del Prado, Sevilla, Londres y Múnich. A dicho ciclo seguiría la amplia serie de 22 lienzos para la iglesia de los Capuchinos en Sevilla, en la que figuran obras tan excelsas como las Santas Justa y Rufina y la Natividad y la Porciúncula. En 1665 realizó también los dos magníficos lienzos con los temas del Sueño del patricio y la Revelación del sueño al papa Liberio para el templo sevillano de Santa María la Blanca y que hoy guarda el Museo del Prado.

Entre 1670 y 1674 llevó a cabo para el Hospital de la Caridad unos lienzos en que el tema central es el de las obras de misericordia. En 1676-78 ejecutó cuatro composiciones para el Hospital de Venerables de Sevilla, entre las cuales se cuenta la Concepción luego llamada de Soult. Más tarde trabajó en el altar mayor del convento de Capuchinos de Santa Catalina en Cádiz. Al margen de estas series de carácter religioso, Murillo pintó infinidad de lienzos con el tema de la Virgen María, ya sola o en el momento de la Anunciación, ya con el Niño.

Acertadas son sus interpretaciones de la Dolorosa, de hondo sentimiento, pero más celebres son las Inmaculadas, que repitió con ligeras variantes. En ellas Murillo imaginó a la Virgen con rostro de niña y vaporosas formas que se destacan sobre una atmósfera de rico y delicado colorido. Otro tema preferido del pintor sevillano fue el de los niños, ya sea de índole religiosa ya sean caracterizados de mendigos y pilluelos en escenas callejeras, como El niño piojoso, Muchachos comiendo uvas y melón o Niños jugando a los dados. El retrato no fue muy cultivado por Murillo, si bien merecen destacarse el del Caballero de golilla y el de Nicolás Omazur, el del Canónigo Miranda y el de Andrés de Andrade. Entre sus discípulos figuran Meneses Osorio, el mulato Sebastián Gómez, Esteban Márquez y Pedro Núñez de Villavicencio.

Bartolomé Esteban Murillo
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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