El Museo del Louvre es el resultado del esfuerzo histórico de una nación. La formación de su patrimonio responde a factores diversos. De una parte, la vocación coleccionista real y aristócrata en el Antiguo Régimen, de otra, la labor científica y erudita de los hombres de la Ilustración, seguida con fidelidad hasta nuestros días por los responsables de la política cultural francesa; también es fruto, por último de la acción desamortizadora de la Revolución. Aparte su valor como documento de la historia de Francia, el Louvre tiene el interés de ser el precedente de los grandes museos nacionales europeos, modelo en que se inspirarán asimismo los norteamericanos. En términos de museología histórica, la creación del Museo del Louvre expresa el nuevo concepto de que la propiedad y disfrute del patrimonio cultural de un país pertenece de derecho a todos sus ciudadanos, concepto opuesto al coleccionismo elitista.

El palacio del Louvre

El edificio que alberga el museo, dándole su nombre, es uno de los monumentos más notables de Francia. Sus orígenes se remontan a las postrimerías del siglo XIII, época en la que Felipe Augusto quiso proteger con una muralla los barrios de la ciudad de Paris que se habían extendido a la orilla derecha del Sena. La fortificación se completó con un castillo de planta cuadrada, emplazado en el lugar que ocupa la Cour Carrée, en el extremo oriental del actual edificio. La existencia de esta obra defensiva tuvo como consecuencia urbanística la creación de un nuevo barrio sobre la misma orilla, en dirección oeste, es decir, junto al paraje en que se hallaban establecidos los tejares de los que tomaría su nombre el Palacio de las Tullerías, incendiado por la Comuna en 1871. El castillo del Louvre adquirió un extenso recinto de muralla a partir de 1358, fecha del alzamiento de Etienne Marcel contra el delfín Carlos. La obra, completada unos años más tarde por el propio personaje, siendo ya rey, recorría la orilla del rio hacia poniente, adentrándose luego hacia el norte en ángulo recto para cerrar un rectángulo de superficie equivalente a la que debería abarcar el palacio al correr del tiempo.

Tal planteamiento arquitectónico convertía al Louvre en una residencia urbana. Puesto que Paris había cobrado una gran extensión sobre la orilla derecha del Sena y sus murallas se habían trasladado a la periferia, decidió el monarca transformar el inútil aspecto militar del recinto del Louvre abriendo ventanas en el muro y decorándolo con esculturas. Al propio tiempo, encargó a Raymond du Temple la ampliación del castillo, al que añadió una escalera de honor que le proporcionaba la monumentalidad palaciega requerida por la mansión real. Solo la gran torre circular central mantendría tras estas reformas su carácter de obra defensiva. En el edificio acumuló el monarca sus colecciones artísticas y la biblioteca, de la que se apoderaría el duque de Bedford cuando la guerra de los Cien años.

El traslado de la casa real francesa al valle del Loira dejó sin función aparente al Palacio del Louvre. Hasta entrado el siglo XVI no se restableció la monarquía de Paris, y ello por obra de Francisco I, quien en 1527 ordenó la demolición de la gran torre circular y de las torres de la muralla del lado del río. En el último año de su reinado, 1546, tomó el rey la decisión de convertir el Louvre en una residencia palaciega acorde con los tiempos. Pesaba en su ánimo el recuerdo de los bellos castillos de Valois y de Turena, así como el propósito de crear en la ciudad un monumento renacentista de verdadera importancia. El proyecto arquitectónico fue confiado a Pierre Lescot, quien concibió un edificio de dos pisos con desván, dotado de escalera de honor y pórticos en los lados menores del rectángulo que formaría su planta, el cual comenzó a erigirse sobre los cimientos de las antiguas murallas. Este planteamiento fue modificado por el nuevo monarca, Enrique II, quien decidió desarrollar el plan en forma de estructura de planta cuadrada con patio central. Durante su reinado solo llegó a construirse el ala occidental y el arranque de la meridional, es decir, las que constituyen uno de los ángulos de la Cour Carrée. De la decoración escultórica en las fachadas se hizo cargo el escultor Jean Goujon.

Fue Catalina de Médicis quien esbozó el grandioso proyecto que había de dar al Louvre sus actuales dimensiones. En 1563, encargó la reina la construcción de su palacio al exterior de la muralla. Tras las guerras de religión Enrique IV dispuso la continuación de los trabajos arquitectónicos; en primer lugar, hizo concluir la Pequeña Galería y, acto seguido, encargó la Gran Galería al arquitecto Clément Métezeau cuya labor continuaría Jacques II Androuet Du Cerceau. A la muerte del monarca, en 1610 se había logrado ya la conexión con las Tullerías por medio del llamado Pabellón de Flora.

La Gran Galería estaba destinada a permanecer durante muchos años inconclusa. El cardenal Richelieu trató en vano de interesar al pintor Poussin en su decoración, mientras que en lo arquitectónico se ocupó de persuadir al monarca Luis XIII de que era prioritaria la terminación de la Cour Carrée. Para entonces, el proyecto de Francisco I había quedado desproporcionado de dimensiones con respecto al resto del edificio, por lo que se optó, por duplicar la longitud de cada una de las crujías que habían de cerrar el recinto. Jacques Lemercier, arquitecto elegido por el cardenal, añadió al extremo de la construcción de Lescot el macizo Pabellón del reloj, adosado al mismo una réplica del ala ya existente. De esta forma quedaba planteado un lado del patio.

Al hacer su entrada en Paris en 1652 Luis XIV convocó el Parlamento en el Louvre. En adelante el palacio sería adoptado como sede de la Corona y recibiría continuada atención arquitectónica de engrandecimiento y ornato. En el primer paso de la Pequeña Galería estableció el monarca la Galería de Apolo, con decoración de Lebrun; en la fachada occidental de la misma adosó la construcción que forma el Patio de la Reina y en el inicio de la Gran Galería levantó un nuevo piso destinado a formar el monumental Salón Carrée.

Tras la Paz de los Pirineos, el Cardenal Mazarino votó nuevos créditos para la obra del Louvre. Ello permitió reemprender la construcción de las alas de cierre de la Cour Carrée, según proyecto de Le Vau que se atenía, en las fachadas interiores, a la reproducción de las estructuras creadas por sus predecesores Lescot y Lemercier, con ánimo de mantener la unidad estilística de este sector del edificio. En la fachada que recae sobre el río, realizó un planteamiento de mayor monumentalidad, presidido por un cuerpo saliente con columnas, coronado por una cúpula. En 1662, cuando solo restaba por erigir la cirugía oriental se manifestó en la corte una reacción contra el programa arquitectónico de Le Vau, reacción instigada por Colbert, quien convenció a Luis XIV de convocar un concurso en el que participaron, entre otros, los italianos Rainaldi y Bernini. Sin embargo, ninguno de los proyectos presentados mereció la aprobación del monarca, por lo cual la edificación de dicha ala este se confió a una comisión de arquitectos compuesta por el propio Le Vau, Lebrun y Claude Perrault. Éstos concibieron la fachada exterior a base de una columnata monumental, lo que obligó, dado su carácter y dimensiones, a prever un reajuste de las alas adyacentes, en particular la fachada del lado del rio. Pero la obra quedaría paralizada.

Se iniciaba el ocaso del Louvre como sede de la corona Francesa. Aun en 1719 alojaría al soberano Luis XV y en 1722 a la prometida del monarca, la infanta Mariana de España, para la cual se redecoraron los apartamentos de Ana de Austria y se trazó el jardín que se halla ante la Pequeña Galería, todavía conocido como  Jardín de la Infanta. Pero las personas reales dejaron el edificio vacante, circunstancia que permitió la instalación en el mismo de la Academia Francesa, primero y de las restantes academias reales a continuación. El Salón Carrée se convirtió en escenario de las exposiciones anuales de la Academia de Pintura y Escultura, desde entonces denominadas “Salones”. La ocupación del Louvre por las academias revistió caracteres totales; los artistas adecuaron en las dependencias del palacio sus estudios y alojamientos.

A fines del reinado de Luis XV, la Corona volvió a interesarse por la terminación del Louvre. Bajo la dirección de los arquitectos Gabriel y Soufflot se levantó una escultura monumental en la columnata, urbanizándose las intermediaciones de la iglesia de Saint-Germain l’Auxerrois, frontera a la fachada oriental del palacio.

Al reinstalarse Luis XVI en Paris prefirió ocupar el Palacio de las Tullerías, lo que agudizó el aislamiento existente entre los diversos cuerpos arquitectónicos, el viejo Louvre y el ala construida por Catalina de Médicis. Por ello, tras la Revolución, la iniciativa de afectar el Louvre a la función de museo llegó de una forma hasta cierto modo natural, no solo por el hecho del desocupo del edifico o su ocupación por las academias, sino también porque ya bajo el Ancien Régime, en 1778, se había elaborado el proyecto de utilizar la Gran Galería como pinacoteca. El proyecto definitivo data de 1791 si bien el museo no abrió efectivamente sus puertas hasta agosto de 1793. Poco después el instituto de Francia, creado para suplantar a las academias, se beneficiaba también de la ocupación de varias dependencias del edificio.

(Información extraída de La pintura en los grandes museos / texto, Luis Monreal, 1976- )

 

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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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