La obra de Pedro Berruguete autor muy bien representado en el Museo del Prado, ilustra la radical transformación estilística y conceptual que se operó en la pintura de los últimos años del siglo XV. El artista, que tuvo la ocasión de formarse en Flandes y trabajar posteriormente en Italia, heredando los encargos que la corte de Urbino había procurado a su maestro, Justo de Gante, trajo a España un fenómeno estético que perduraría durante decenios en la obra de numerosos seguidores. Su actividad para los Reyes Católicos, desarrollada especialmente en Ávila y Toledo, cambió el curso de la escuela pictórica castellana.
La peculiar personalidad de este autor plantea problemas críticos de difícil solución. En sus obras realizadas en Italia, singularmente en la decoración del estudioso del duque de Montefeltro en Urbino acusa una fractura muy depurada y una honda preocupación por la perspectiva, la descripción del espacio y el tratamiento naturalista de la figura humana, cuya representación realiza sin desdeñar difíciles escorzos. Tales virtudes subsisten en las composiciones que ejecutó para el retablo dedicado a santo Domingo de Guzmán en la Iglesia de Santo Tomás de Ávila, al cual pertenece sin duda la Aparición de la Virgen a una comunidad de monjes que posee el museo. El tema, la Virgen rodeada de ángeles y en actitud de bendecir a los frailes dominicos, ha sido tratado con una clara distinción de planos y al propio tiempo, con un propósito moralizante de filiación medieval, ilustrado por la presencia, en la parte derecha de la composición, donde se halla el claustro, de un demonio golpeando a un monje. Idéntico afán narrativo evidencia otra pintura sobre tabla de este retablo en la que el tema principal de la resurrección de un joven por Santo Domingo de Guzmán va acompañada en la lejanía por el episodio de la muerte del muchacho a causa de una caída del caballo.
En el Auto de fe por Santo Domingo de Guzmán pone de manifiesto Berruguete su dominio del espacio. Con una perspectiva grandilocuente, logra en esta obra acentuar el dramatismo de la escena de la quema de herejes por el tribunal de la inquisición. Su interés histórico y documental es extraordinario. El santo se halla sobre una tribuna con dosel, rodeado por seis jueces; uno de ellos viste el hábito dominico, mientras que otro sostiene el estandarte del Santo Oficio en el que campea una cruz floreada. Doce inquisidores completan el grupo. La ceremonia se desarrolla de acuerdo a unas normas ineluctables: dos herejes desnudos ocupan, a la derecha su sitio en la pira, mientras que otros dos aguardan su turno al pie de la misma; los letreros que lo adornan ostentan la leyenda “condenado herético”.
Por encima de consideraciones temáticas prevalece en esta pintura un deseo científico de plasmación de la realidad, deseo que procede del conocimiento de la teoría compositiva y perspectiva del arte italoflamenco más avanzado de la época. De ahí la repercusión que tuvo en Castilla la actuación de Pedro Berruguete, cuyo recuerdo como artista no palideció en el trascurso del tiempo. Tal circunstancia explica, por ejemplo, que el Auto de fe fuera adquirido para el Museo del Prado en la temprana fecha de 1867 y por el elevado precio de tres mil escudos, según consigna la real orden dada a tal efecto
Otra obra de Berruguete conservada en la pinacoteca madrileña, la pequeña tabla con la Virgen con el niño, antaño perteneciente a la colección Bosch, reafirma las preocupaciones estéticas hasta aquí señaladas. La apertura al paisaje con río, a través de la ventana de la izquierda, suministra la nota ambiental y especial que interesa al maestro. Tal composición, por otra parte, es todavía tributaria de las enseñanzas recibidas de Justo de Gante.
(Información extraída de La pintura en los grandes museos / texto, Luis Monreal, 1976- )