Y el cuento de La promesa encantada comienza así….
-Me temo, que a mi caballo lo encuentro un poco lastimado y torpe, se ha debido de clavar algo extraño en una de sus patas delanteras y no puede caminar muy bien-.
Exclamó el joven caballero, bastante alterado y con la palabra temblorosa y ronca, antes de entrar en un cobertizo hecho con rastrojos de ramas secas y finos troncos de madera bien enrejados y tupidos, donde había un pequeño refugio para atar a los animales.
A continuación, atravesando una vieja manta descolorida a modo de cortinaje que cubría un bello arco de piedra, se adivinaba la entrada a una gran casona vieja, donde se amontonaban algunas herramientas ajadas por el uso y totalmente desconocidas hasta ahora para él, varios aperos de labranza, y numerosas cacerolas y vasijas medio usadas, que contenían grasientos ungüentos y pócimas. También había grandes fardos amontonados de diversas raíces y plantas silvestres, repartidos por toda la estancia, que convertía aquel lugar en un santuario de etéreos aromas y bálsamos.
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