En su larga historia, el drama presenta formas tan variadas que parece desbordar toda definición. Se puede decir, sin embargo, que responde a una de las exigencias permanentes del teatro, que es la necesidad de poder representar una acción sin limitarla a la estilización propia de la tragedia o de la comedia.
Desde los orígenes del teatro griego, entre la tragedia y la comedia se elabora un género híbrido, el drama satírico. Ignorado por los latinos, el drama reaparece en la edad media en forma de drama litúrgico que pone en escena los textos sagrados y sobre todo, en los misterios, en los que el habla popular se mezcla con la inspiración religiosa.
En los siglos XVI y XVII florece en Inglaterra el drama isabelino, que produce sus obras capitales en los dramas de Shakespeare. En Francia, el deseo de renovar las tradiciones clásicas con un realismo más acentuado hace nacer, en el siglo XVIII, el drama burgués.
Después de la Revolución, el teatro popular sin pretensiones literarias desemboca en el melodrama. Bajo las influencias combinadas de Shakespeare, del drama burgués, del melodrama y de las teorías dramáticas del italiano Manzoni, se elabora en Francia el drama romántico, que se impone a partir de 1830, con las obras de Víctor Hugo, Alejandro Dumas, padre, Vigny, Mérimée y Musset. En otros países aparece el drama con más fuerza, especialmente con Ibsen en Noruega, Strindberg en Suecia, Chéjov en Rusia, G. Hauptmann en Alemania, Synge en Irlanda y Pirandello en Italia. El ejemplo del drama musical de Wagner introduce el simbolismo en la vía del drama poético, que conducirá al teatro de Paul Claudel.
En España surge en el siglo XVII un teatro de inspiración netamente española, la comedia (Lope de Vega) a la vez drama de honor y de amor y pintura satírica de costumbres. Al mismo tiempo, florece el drama teológico, representado principalmente por Calderón de la Barca. Con el Romanticismo, el drama experimenta un nuevo y profundo impulso. El estreno en 1835 del drama del duque de Rivas Don Álvaro o la fuerza del sino constituye el triunfo definitivo del romanticismo en el teatro.
El teatro de José Zorrilla supone la nacionalización del teatro español pues la mayor parte de sus temas proceden del pasado nacional. Don Juan Tenorio fue el drama romántico de triunfo más resonante y duradero. A fines del siglo XIX, la literatura dramática española cobra nuevo auge con Benavente, Villaespesa, Marquina, Casona, etc. Pero es difícil adscribir el teatro contemporáneo al término drama pues se prefiere en general, a toda determinación de género, el término indefinido de obra teatral.