Pedro Antonio de Alarcón cultivó diferentes géneros literarios. Destacó sobre todo, en la prosa narrativa y de modo especial en la creación de cuentos y novelas cortas. Agrupó sus relatos en tres volúmenes: Cuentos amatorios (1881), Historietas nacionales (1881) y Narraciones inverosímiles (1882). En ellos aparecen ya incluidas las novelas cortas El clavo y El amigo de la muerte, a las cuales hay que añadir El sombrero de tres picos (1874) y El Capitán Veneno (1881), en su momento publicadas en libro aparte.
El sombrero de tres picos es la obra maestra de Alarcón. Se publicó en 1874 y tuvo un gran éxito entre los lectores y la crítica. En 10 años se agotaron ocho ediciones y la novela fue traducida a varios idiomas. Su asunto procede de una historieta popular cuyas raíces se hunden en antiguas tradiciones. Pero la crítica ha documentado sus fuentes principales en un romance, una canción y un sainete de mediados del siglo XIX.
Frente a estos anónimos predecesores, Alarcón reelaboró la historia, modificó su desenlace evitando el adulterio de la molinera y el corregidor, configuró mejor los personajes y los ambientes y ayudado por su intuición artística y su talento fabulador, creó una de las mejores novelas cortas de la literatura española.
La historia se localiza en una ciudad de Andalucía, que coincide con el Guadix natal del autor. Desde una madurez conservadora, Alarcón recuerda su adolescencia en aquellos lugares apartados, en la época del Antiguo Régimen, añora viejos modos de vida y recrea el tópico clásico del menosprecio de corte y alabanza de aldea. Ante la paz conyugal del tío Lucas y la seña Frasquita, el corregidor es aquí un grotesco libertino madrileño que perturba la tranquilidad del pueblo. Sus estratagemas nada podrán contra la fidelidad y astucia de los molineros, que, además gozan de la protección del obispo del lugar. De acuerdo, pues, con la ideología conservadora de Alarcón, el representante de la Iglesia acaba siendo agente principal del desenlace de la obra y reafirma su significado social y moral.
Pero, por encima de todo, sobresale el acierto artístico del relato en la creación de un conflicto cómico al que se subordinan todos los procedimientos técnicos y recursos estilísticos, desde la deformación caricaturesca del corregidor y su escasez de fuerzas ante la recia molinera hasta la frecuente estilización metonímica de la realidad, pasando por la plasticidad de los retratos, el dinamismo de la acción, la rapidez de los resúmenes narrativos, la fluidez de las escenas dialogadas, el colorido y la vivacidad de los cuadros ambientales y la individualización de los personajes por el lenguaje que emplean.
La novela ha tenido larga fortuna en varias artes. Así lo confirman una comedia musical y una ópera a finales del siglo XIX y en el XX, el Ballet de Falla, las comedias La molinera de Arcos, de A. Casona y La pícara molinera de J.I. Luca de Tena, además de sus versiones cinematográficas (dos españolas y una italiana)