Las 79 Rimas constituyen, en realidad, un solo poema de amor, Bécquer, el poeta, como probablemente todos los poetas, no deja nunca de hablar de sí mismo: su vida interior. Y se lo dice a un “tú” como si de una carta o de una conversación se tratara, que nombra a la mujer que le ama, a la que un día le amó, a la que le abandonó. Todo el camino que va desde el presentimiento del amor hasta el fracaso, desde el momento en que el amor aparece hasta el momento de la soledad en que no habrá más que la obsesión del recuerdo, se recorre a lo largo de las rimas.
Es un camino que parece tener un solo sentido, un camino recto. Bécquer no escribió las rimas en el orden en que hoy las leemos; ni tampoco en el orden en que él mismo las copió en el Libro de los gorriones. Ignoramos la fecha en que está escrita cada una de las rimas y también en qué circunstancias concretas se escribieron, a qué mujer o mujeres se refieren. Los amigos de Bécquer las ordenaron como si de una sola historia se tratase. Y tuvieron, seguramente, razón al hacerlo, por más que en la biografía del poeta hayan existido varias mujeres; Julia Espín, Casta Esteban, nombres, fechas, acontecimientos, lugares: siempre sabremos demasiado poco de su vida real. En el fondo es siempre el mismo amor.
El poeta escribe para hablar del amor; éste se ha presentado, alguna vez, como armonía y plenitud, como experiencia de un orden perfecto en el que no hay separaciones ni límites, sino unión: del individuo con la naturaleza, de las realidades con los deseos del mundo con Dios.
Ahora bien, tal plenitud es, justamente, la poesía, es el “himno gigante y extraño” que, en la rima I, el poeta dice saber. Pero el lenguaje humano, mezquino idioma, no puede dar cuenta de esa realidad extraordinaria y conmovedora. Al poeta le queda poderosamente grabado el recuerdo de ese sentimiento y, sin embargo, las palabras no le sirven para decir lo que quiere decir; las palabras son insuficientes, pero es lo único que tiene. Sin ellas, nada quedaría.
Decide hablar, pues, decide escribir. Pero ¿cómo hacerlo? Solo un lenguaje distinto al de todos los días podría ayudarle, un lenguaje que vaya más allá del lenguaje verbal articulado que expresa lógicamente ideas. Pues no se trata aquí de ideas, sino de sentimientos (suspiros y notas), de imágenes (colores) y de música (notas). Se trata de sugerir más que de decir, de llamar en auxilio a la vida misma para que entre en el poema: el poeta se conformaría con poder cantarle ese himno a solas a su amada, y hay quien deja bien claro que los poemas son un fracaso porque lo que verdaderamente importa es la poesía. Y el amor.
Eso explica la aparente sencillez del lenguaje de las rimas: Bécquer no quiere que sus poemas parezcan poéticos por sí mismos, sino que nombren o al menos evoquen a la verdadera poesía, que está en otra parte, en la naturaleza, en el misterio, en los sentimientos, en el amor (rima IV).
Sencillez aparente: Bécquer no es un poeta descuidado que escriba por las buenas en un rapto de inspiración. Las correcciones de sus manuscritos, las expresiones y motivos que una y otra vez reaparecen en sus obras, lo probarían, si la simple lectura de las rimas no fuera suficiente.
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