Las primeras páginas castellanas escritas en México son las cinco Cartas de relación (1519-36) que Hernán Cortés envió a Carlos V narrándole en estilos sobrio los hechos de la conquista y dando una visión asombrada y hasta cierto punto respetuosa del mundo indígena. Contra los historiadores que atribuían todo el mérito a Cortés, relegando a sus soldados, un viejo capitán, Bernal Díaz del Castillo, escribió su Historia verdadera de la conquista de Nueva España (publicada en 1632), obra maravillosa por su vitalidad y su fuerza evocadora. Fray Bartolomé de las Casas tomó partido por los indios y los defendió en libros vehementes como la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Fray Bernandino de Sahagún rescató el pasado precortesiano en su monumental Historia de las cosas de la Nueva España, tarea en que lo secundaron descendientes de la antigua nobleza mexicana, como Hernando Alvado Tezozómoc y Fernando de Alva Ixtlixóchitl.
Con el establecimiento de la imprenta y de la Universidad (1553), la ciudad de México quedó definitivamente incorporada a la cultura europea. Los comienzos de la vida criolla fueron descritos en latín por Francisco Cervantes de Salazar: México en 1554. En el teatro, instrumento de evangelización y diversión, sobresalió con piezas sagradas y profanas Fernán González de Eslava. Él mismo acuñó la frase “En Nueva España hay más poetas que estiércol”, pues ya la versificación se había convertido en el entretenimiento predilecto del virreinato. En el estilo italiano, que introdujo en este país Gutierre de Cetina, escribió sonetos Francisco de Terrazas, primer poeta español nacido en el Nuevo Mundo. El mejor poema descriptivo fue la Grandeza mexicana (1604) de Bernardo de Balbuena, y en la poesía religiosa destacó Fray Miguel de Guevara, ya situado por la crítica como autor del soneto “No me mueve mi Dios para quererte…” pero las dos grandes figuras del México virreinal pertenecen al siglo XVII; Juan Ruiz de Alarcón, cuya “mexicanidad” aún es motivo de polémica entre los eruditos, hizo toda su carrera en Madrid, donde presentó obras como La verdad sospechosa y Las paredes oyen, que inician en el teatro europeo la comedia de costumbres con fondo moral e inspiran a Corneille y Molère. Sor Juana Inés de la Cruz cierra el siglo de oro y hace coexistir estilos que eran incompatibles en España. Antes que por su teatro calderoniano se recuerda a sor Juana Inés por sus admirables sonetos conceptistas y por su autobiografía, una de las primeras defensas de la vocación intelectual para la mujer. En el siglo XVIII los jesuitas dominaron el panorama intelectual. Desde su exilio europeo escribieron poesía en latín y obras históricas como las de los padres Alegre y Clavijero, quienes, al tiempo que defendían el pasado prehispánico, empezaban a definir una identidad que ya no era ni azteca ni española y que muy pronto iba a llamarse mexicana.
La lucha política absorbió tanto la poesía como los géneros ensayísticos. Sin embargo, en medio de la guerra, apareció la primera novela hispanoamericana, El periquillo Sarnineto (1816) de Fernández de Lizardi, mezcla de enciclopedismo y narrativa picaresca en que ya se recrea literariamente la lengua coloquial de las ciudades. Entre las novelas habría que situar también las apasionantes Memorias de Fray Servando Teresa de Mier, sacerdote que luchó por la independencia.
Terminado el periodo de guerras civiles e invasiones extranjeras, los escritores dejaron las armas y se propusieron crear una literatura nacional. La generación del liberalismo tuvo ideólogos como Ignacio Ramírez El Nigromante, que afirmó la insumisión cultural polemizando con Castelar, costumbrista como Guillermo Prieto, y grandes periodistas como Francisco Zarco. Su mayor contribución literaria se debió a Ignacio Manuel Altamirano, que junto a autores de todas las tendencias de El Renacimiento (1896) fue crítico y novelista.
Durante la época porfirista se asistió a la proliferación de los escritores que entraron en el mercado como periodistas y recibieron la influencia de una modernidad que llegaba por el filtro de Paris. Manuel Gutiérrez Nájera, uno de los iniciadores de las nuevas corrientes, halló un nuevo estilo más para sus crónicas que para sus poemas y fundó la Revista Azul a la que le seguiría la Revista Moderna.
La lucha revolucionaria vibra en el trasfondo de la mejor poesía de esta época: la que escribió Ramón López Velarde para expresar en Zozobra (1919) su compleja intimidad y en La suave patria (1921) la realidad del nuevo país surgido de los desastres de la guerra. La novela de la revolución nació con Los de abajo (1916), de Mariano Azuela; su obra constituye el más vasto panorama de la vida mexicana.
José Juan Tablada se desprendió del modernismo para iniciar la vanguardia con los “haikús” de Un día (1919) y los poemas ideográficos de Li-Po (1920). Tras él aparecieron los estridentistas encabezados por Manuel Maples Arce y luego el grupo que se reunió en la Revista Contemporáneos y que representa la más importante generación poética mexicana, afín a la española de 1927. Los Contemporáneos modernizaron la expresión literaria y aunque se basaron en fuentes francesas y estadounidenses lo hicieron gracias al impulso que había dado a México la revolución. Carlos Pellicer es el poeta de los grandes espacios continentales y de la naturaleza virgen de los trópicos, pero también el lírico del amor y la religiosidad.
Un nuevo concepto de la actividad literaria apareció en la revista Taller (1936-40) dirigida por Octavio Paz, la gran figura literaria de México y uno de los grandes escritores contemporáneos. A lo largo de treinta años Paz ha escrito una obra poética que asume la tradición, la modifica y la proyecta hacia adelante. Paz emprende una doble y apasionada indagación acerca de su patria y del fenómeno poético.
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