La literatura colonial ecuatoriana nació al calor de los conventos y de los burócratas letrados. Entre los primeros versificadores destacan Lorenzo de Cepeda que escribe entre 1552 y 1567 y, ya en la segunda mitad del siglo siguiente, los gongorizantes Jacinto de Evia y el jesuita Antonio Bastidas. Evia es el compilador de un Ramillete de varias flores poéticas recogidas y cultivadas en los primeros abriles de sus años (Madrid, 1675), típico ejemplar de la poesía áulica y superficial del coloniaje. La obra de más mérito de estos años es el curioso tratado político en prosa Gobierno eclesiástico y pacífico, o unión de los dos cuchillos pontificio y regio (1656), original de fray Gaspar Villaroel, obispo de Arequipa.
En el siglo XVIII el colegio jesuita de Guayaquil produjo dos estimables poetas barrocos Juan Bautista Aguirre e Ignacio Escandón, mientras que las preocupaciones ilustradas se perciben en la prosa del Nuevo Luciano o despertador de ingenios del mestizo Eugenio de Santa Cruz y Espejo, figura clave en la América de su época y fundador del primer periódico ecuatoriano.
La emancipación ecuatoriana ligada en sus destinos políticos a la del Perú, tuvo su cantor en la figura de José Joaquín de Olmedo, vigoroso poeta civil de tono neoclásico, cuyas odas a la batalla de Junín y a la de Miñarica figuran en todas las antologías. Con posterioridad a la figura de Olmedo, el romanticismo contó con tres poetas destacados cuyas composiciones se ven reunidas en la significativa Lira ecuatoriana (1866) de Vicente Emilio Molestina. De tendencia más clásico son los pocos versos conservados de Gabriel García Moreno, el famoso dictador de Ecuador que convirtió el país en una peregrina teocracia. Su figura política comentada en todo el mundo fue precisamente a la que suscitó un gran número de páginas a su ardoroso impugnador Juan Montalvo que es el máximo escritor del siglo XIX ecuatoriano. Estilista refinado, aunque algo pedantesco, Montalvo cultivó el panfleto y una forma de ensayo discursivo al que pertenecen sus obras más apreciadas: Capítulos que se le olvidaron a Cervantes y Siete tratados.
A los años finales del siglo XIX y sin salirse todavía de moldes románticos, pertenecen los poetas César Borja y Remigio Crespo Toral, así como el novelista Carlos R. Tobar. El naturalismo narrativo aparece con la solitaria figura de Luis A. Martínez cuyo relato A la costa pretendía ser, según su propio autor, un medio de exhibir “las asquerosas llagas de la sociedad quiteña”. De hecho, constituyó un vigoroso revulsivo literario entre la juventud. Novelas costumbristas son las escritas por Alfredo Baquerizo Moreno y Manuel J. Calle.
El modernismo no triunfó en el Ecuador. Hubo una promoción de poetas con tendencias parnasianas, agrupados en la revista Altos Relieves, que cuenta con Luis Cordero Dávila, Alfonso Moscoso, Manuel María Sánchez, Luis F. Veloz y Aurelio Falconí. La promoción modernista más destacada nace a finales del siglo XIX y destaca en plena adolescencia entre 1915 y 1925.
La poesía vanguardista cuenta con el traducido poeta Jorge Carrera Andrade también ensayista y la figura más internacional de las letras del país. Menos importantes son Gonzalo Escudero, Alfredo Gagotena, Jorge Reyes, José Alfredo Llerena e Ignacio Lasso. En novela cabe citar al humorista Pablo Palacio y a los narradores agrupados hacia 1935 en torno al llamado Grupo de Guayaquil, la más completa avanzadilla del relato indígena americano. Al grupo pertenecen autores como José de la Cuadra, Ángel F. Rojas, etc.
Al comienzo de la década de los 40 se registró en Ecuador un importante movimiento cultural del que fueron fruto la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, importante centro editor y de la revista Letras del Ecuador (1945) cuyo director Benjamín Carrión es el ensayista más representativo del país.