Se ha venido hablando de la importancia que tiene la lectura y del valor que tiene como uno de los hábitos más fructíferos y enriquecedores que posee el ser humano.
Además, se han señalado las razones que impulsan a desarrollar esta actividad y las pretensiones que se tienen a la hora de disfrutar de este acto: ¿qué se busca al leer? o ¿qué aspiraciones se tienen cuando se lee un libro?
Pero, por otra parte, se deben plantear otras cuestiones que aún no se han tratado porque se ha preferido dedicar un apartado más específico a ellas. Se debería partir de una premisa básica: ¿es posible leer en la escuela?
Y luego otra serie de interrogantes que se desprenden de ésta: ¿por qué la lectura –tan útil en la vida real para cumplir diversos propósitos- aparece en la escuela como una actividad «gratuita», cuyo único objetivo es aprender a leer?; ¿por qué se enseña una única manera de leer –linealmente, palabra por palabra desde la primera hasta la última que se encuentra en el texto-, si los lectores usan modalidades diversas en función del objetivo que se han propuesto?
Para resolver dichos interrogantes es importante, por una parte, conocer qué significa animar a leer; y, por otra parte, analizar cómo podemos conseguir que la lectura en la escuela se realice de una manera dinámica y fácil.
En primer lugar, el hecho de animar a leer lleva implícita una acción.
Animar a leer forma parte más de la acción que de la teoría, aunque es necesario conocer la teoría para poder actuar en consecuencia. Uno de los métodos más útiles a la hora de animar a la lectura es el uso de dinámicas y actividades literarias que permitan ejemplificar y dinamizar de una manera práctica el interés que pueda suscitar la lectura.
Muchas veces, la animación a la lectura consiste más en una actitud por parte de todos los implicados en este proceso y, sobre todo, por parte de los maestros/as y de las familias.
La animación a la lectura debe contagiarse y para contagiarse es necesario sentirla como algo que nos hace sentir y vivir situaciones nuevas que son apasionantes, en muchos casos.
Esta pasión contenida y serena, respetuosa y sincera, es la única que puede contagiar, en última estancia, el placer por la lectura. Por tanto, la animación a la lectura es una actitud que debe contagiarse en forma de “pasión contenida” y que debe materializarse en la realización de actividades que ayuden a su dinamización en el aula.
Por otro lado, podríamos presentar diversas definiciones de animación a la lectura, ya que es un concepto que ha interesado mucho a los diversos autores. Un análisis de todas ellas no permitiría concluir que la actividad de animación a la lectura en la escuela ha de resultar cuanto menos (Quintanal, 2005):
Voluntaria: ya que una imposición estaría condenando el desarrollo de la práctica lectora al hastío y al fracaso.
Diversificada: se trata de que haya riqueza y variedad. La monotonía no tiene lugar en este marco. Este acto imaginativo supondrá que el niño se implique de una manera más consciente en busca del deleite.
Vivencial: la lectura es un hecho íntimo que se experimenta desde la individualidad. Los alumnos y alumnas deben “vivenciar” la lectura.
Experiencial: relacionado con lo anterior, la lectura es una experiencia interior para experimentar la “magia” que se le atribuye a la lectura.
Lectora: la sesión de animación no debe consistir únicamente en un montaje escénico o lúdico, sino que el niño ha de leer, y esto significa “interactuar” con el texto, tomar contacto con él.
Respetuosa con la diversidad: hay tantas lecturas como lectores existen. El objetivo es que cada lector llegue a hacer su propia lectura.
Comunicativa: además de hablar del fin último de cualquier lectura, es necesario considerar que en la sesión de animación lectora la comunicación entre los sujetos lectores será la clave de la “dinámica” de animación.
Por tanto, existen una serie de rasgos que conforman unas características propias que la animación a la lectura debería tener:
Estimular la lectura en los niños.
Convertirlos en protagonistas y no en meros espectadores, aunque algunas veces sean más pasivos que otras.
Ser capaces de “saborear” un libro y no permanecer ajenos al contenido que el libro “esconde”.
Transmitir capacidad para permitir buscar nuevas experiencias lectoras.
Es, por tanto, que la animación lectora debería tener como objetivo que el niño o la niña lean más y mejor, con una mayor inquietud y curiosidad.
Animar a la lectura es también dar movimiento y participación en un relato para que todos los niños puedan jugar con él. En la animación debe existir una participación general por parte de todos. Además, los parlamentos deben ser sencillos y cortos.
Una buena manera de crear esa participación entre todos es crear frases o estribillos que sean fáciles de memorizar y así integrar a todos los niños y niñas.
El ambiente de la animación es un factor que influye considerablemente en la consecución de lo que se pretende. Es importante transmitir ese ambiente dinámico y entretenido. La comicidad es un valor que se debe desarrollar. Mediante esta comicidad es importante que los niños y las niñas, además de divertirse, reciban mensajes que puedan servirles para la vida.
De esta manera, la animación a la lectura debe ser:
Una fuente de placer, juego y entretenimiento.
Un medio para despertar la creatividad.
Un soporte educativo de valores y contravalores.
Deducimos que el alumnado debe leer como una actividad voluntaria y divertida, pretendiendo con ello hacer de la lectura un hábito.
Si el alumnado tiene afición por algo, el éxito es fácil. El reto consiste en que, cuando no exista tal afición, consigamos una incitación exterior que anime a la acción. Acertar en ese juego es, por tanto, el talento pedagógico.
Nunca se debe perder de vista el objetivo de la animación lectora, que es la de incentivar un uso voluntario de la lectura convirtiéndolo en un hábito y adquiriendo, además de placer y deleite, unos conocimientos y valores para la vida; pues podemos caer en el error de hacer un uso incorrecto de las dinámicas y estrategias que no sean efectivas para despertar el interés por la lectura.
Se debe actuar con precaución para que la actividad no se convierta en un juego incontrolado que pierda de vista el libro o cuando se persigue un fin ajeno al disfrute lector (como un resumen, un trabajo, etc.). También cuando se establece obligatoriedad se actúa negativamente, ya que esa política despierta más un interés por cubrir el expediente que cualquier otra cosa.
Tampoco interesa que el alumnado lea obras establecidas por el canon literario como maestras, es importante hacer una selección que pueda incluir a estas obras o no, pero lo importante sobre todo es que puedan interesarle y motivarlo.
De tal forma, tenemos la certeza de actuar correctamente cuando proponemos actividades voluntarias después de haberlas presentado de una forma llamativa y “diferente o especial”, como algo que se sale fuera de lo “normal” ya que, en realidad, puede decirse que el interés se despierta proponiendo la lectura como una actividad hecha para el disfrute y en la que es factible encontrar cosas que no se pueden encontrar en ningún otro sitio.
Para ello, el profesor debe leer con atención y entusiasmo, sin presionar, y hablando sobre la lectura y los libros. Terminada la lectura se realiza una actividad lúdica que permita divertirse a quien ha leído el libro y haga sentir que no se divierte a quien no lo ha leído.
Desde esta perspectiva, la animación a la lectura cobra sentido, ya que el atractivo de la lectura radica precisamente en dividir el placer que produce entre el esfuerzo necesario para conseguirlo.
La tarea es allanar el camino para que leer suponga poco esfuerzo. Si un niño o niña afirma que no le gusta leer, está diciendo que no tiene las habilidades necesarias para disfrutar de la lectura y es tarea del profesorado enseñárselas y despertar en éste o ésta dicho interés.