Novela de caballerías de autor desconocido aunque firmada por Alonso Fernández de Avellaneda y publicada en Madrid en 1614 con el título Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

No ha sido identificado el misterio del autor, que debió de ser amigo o admirador de Lope de Vega y enemigo de los éxitos de Cervantes y, por las características de su libro, relacionado con el mundo eclesiástico, Cervantes supo de quién se trataba, pero no quiso darlo a conocer.

Viaje del ilustre manchego a Zaragoza, pero en el camino de regreso no vuelve a su aldea, sino a Toledo, al famoso manicomio llamado Casa de Nuncio.

Remeda Avellaneda el tema primero, se mueve en su esquema e incluso se apropia de asuntos argumentales de la segunda parte de Cervantes.

Se inicia la acción un año después de los episodios narrador en la primera parte de Cervantes. Martín Quijada (Don Quijote) está en su pueblo (Argamasilla de la Mancha) curado de su locura, pero en una visita que le hace Sancho Panza estimula su antigua propensión al hablarle de un libro de caballerías (los demás habían sido quemados) que tiene uno de los lugareños.

La impertinencia de Sancho coincide con el día que llegan cuatro caballeros andaluces que viajan para participar en las juntas caballerescas de Zaragoza.

Uno de ellos, Álvaro Tarfe, se aloja en la casa don Quijote, con quien entabla éste ricas y densas conversaciones sobre sus hazañas y sobre Dulcinea, en las que interviene también Sancho Panza que ha vuelto a visitarlos. Parece ser que Dulcinea no quiere saber nada del caballero.

Con coincidencias tan sugerentes, don Quijote está resuelto a iniciar su tercera salida, hace sus preparativos y sale con Sancho hacia Zaragoza.

El camino de ida se extiende desde el capítulo III hasta el VIII. En Venta del Ahorcado (que cree castillo) don Quijote quiere poner en libertad a los prisioneros y luego toma por infanta a una moza gallega.

Sigue su camino y llegados a Ariza desafía, mediante un cartel que pone en la plaza, a los caballeros que dijeran que las mujeres merecían ser amadas.

Cerca de Ateca agrede un melonero en quien ve al famoso caballero Roldán, y sale malparado. En Ateca se alojan en la casa de mosén Valentín que aconseja sabiamente al caballero. Cuando llegan a Zaragoza ya se habían celebrado las justas, y es detenido por defender a un hombre a quien castigaba la justicia. Álvaro Tarfe logra que lo pongan en libertad y aloja a la pareja en su casa.

Para calmar el desencanto del héroe por haber llegado tarde a las justas, finge unas nuevas justas para que don Quijote salga vencedor y el juez, don Carlos, poderoso caballero de la ciudad, invita a la pareja a cenar para gozar con las ocurrencias de los grotescos personajes. Organizan entonces una nueva falsa batalla en la que ha de participar el caballero, pero que se celebrará en Madrid.

Inician los héroes el recorrido de vuelta que se extiende desde los capítulos XII al XXIX. En el camino encuentran a un soldado y a un ermitaño y viajan con ellos, vuelven a alojarse en la casa de mosén Valentín y luego se unirá a la expedición una mujer de vida airada, Bárbara, en quien don Quijote ve a la reina Cenobia.

En Sigüenza, despedidos ya del soldado y del ermitaño, don Quijote desafía, mediante carteles, a todo aquel que diga que la reina Cenobia es la mujer más hermosa del mundo.

Sancho es apresado cuando pone los carteles, pero liberado al reconocer el talante de la pareja, que ya había estado allí en el camino de ida.

Continúan su recorrido y llegados a Alcalá don Quijote se encuentra en la calle Mayor con un festejo de los estudiantes y los ataca, pero cuando alguien que lo conoce explica su locura lo dejan tranquilo y lo llevan al mesón. A las tres y media de la tarde del día siguiente llegan a Madrid.

Descansan en el Prado de San Jerónimo y un poco después, cuando al lugar acude la gente, ésta se queda admirada ante los extravagantes viajeros, que serán invitados a residir en la casa del novio de la hija de don Carlos.

Tres días después llegan a la ciudad don Álvaro Tarfe y el propio don Carlos y van junto con don Quijote y Sancho a visitar a quien toma el nombre de Archipámpano de Sevilla, personaje que quiere divertirse con las ocurrencias de los héroes.

El secretario de don Carlos se disfraza primero de negro y pretende luchar con Sancho Panza, y luego se disfrazará también de gigante Bramidán de Tajayunque, y lucha con don Quijote, pero el caballero le desmonta con la espada el disfraz de cartón y aparece dentro el secretariado con un segundo disfraz, el de la infanta Burlerina. Dice ésta haber actuado así para pedir el héroe que ayude al rey de Toledo, su padre, cercado por el príncipe de Córdoba.

Todo resulta ser una artimaña de don Álvaro Tarfe para recluir al manchego en el famoso manicomio de aquella ciudad, llamado casa del Nuncio, donde quedará, tras el engaño, definitivamente encerrado. Bárbara se refugia en una casa de mujeres arrepentidas y Sancho escribe a su mujer para que viaje a Madrid y ambos se pongan al servicio del Archipámpano. Cuenta el autor que sanó el loco y dejó el manicomio, pero que recuperó su locura e hizo una cuarta salida.

Se trata de una continuación e imitación de la primera parte del Quijote de Cervantes en casi todos los aspectos:

  1. Los personajes son los mismos o paralelos aunque resalta la supresión de Dulcinea.
  2. La locura está infundada en los mismos principios, aunque el personaje de Avellaneda resulta menos simpático, es más bien un loco de atar.
  3. La técnica narrativa es, igualmente, la de la yuxtaposición de episodios
  4. La ambientación transcurre por lugares parecidos evocados en los mismos términos
  5. Hay incluso pasajes exactos como la carta de don Quijote a Dulcinea, o el llanto de Sancho por la pérdida del asno.
  6. Se encuentran, a veces, frases literales, o refranes o expresiones e incluso el CIde Hamete Benengeli de Cervantes es aquí el historiador Alosolán.

Se aleja, sin embargo, en los lugares de acción: sierras y caminos en Cervantes, poblaciones (Zaragoza, Alcalá, Madrid…) en Avellaneda. Pero da parte de Cervantes que no se pueden explicar como meras coincidencias. A veces hemos de admitir que Cervantes se sintió influido por el texto de Avellaneda. Los méritos literarios de esta obra no pueden percibirse por sí sola, sino siempre en relación al texto creador, dura prueba teniendo en cuenta que se trata de una obra maestra de la narrativa.

No le han faltado elogios a esta visión del héroe manchego: Menéndez Pelayo rechazaba la falta de estética, la vulgaridad, pero elogiaba la prosa <<El decir de Avellaneda es terso y fácil; su narración clara y despejada aunque un poco lenta; hay algunos episodios interesantes y bien imaginados>>. La colección de lances, en efecto, aunque tiene algunos aciertos, defrauda al lector.

No sabe Avellaneda manejar la ficción de Dulcinea, ni profundizar en el encanto de Sancho, ni obtiene esa delicada humanidad de don Quijote, de quien tampoco entendió el fino idealismo y su generosa nobleza.

El falso Quijote insulta y amenaza incesantemente, y como sus aventuras no están basadas en el diálogo, se alarga en monólogos (pedantes, ingenuos…) con pretensiones de elocuencia. Hoy se pone en duda la maestría del escondido autor para dar forma a sus personajes.

El libro navega a gran distancia de la parte auténtica y Martín de Riquer además de señalar la pérdida de la figura de Dulcinea, dice que <<los hechos de don Quijote parece como si dejaran de tener finalidad e intención y se van reduciendo a meras locuras y extravagancias, porque el afecto que siente por la fea y desagradable Bárbara-reina Cenobia en modo alguno puede equiparase al amor, ya que, en la mentalidad del personaje, es una alta dama a la que tiene la obligación de ayudar en la recuperación de su perdido reino>>.

Y en cuanto a Sancho, cree que sus chistes << parecen propios de algunos “graciosos” tan poco graciosos que figuran en las comedias de la época>>, aunque achaca tal situación a los cambios que el tiempo ha producido en el concepto del humor.

La obra, sin embargo, tan eclipsada por la original, contiene episodios dignos, incluso graciosos en los que, según Martín de Riquer, no hemos de ver <<ni la mera venganza de un enemigo de Cervantes, ni un procedimiento para quedarse con la ganancia de la segunda parte, ni un simple afán de continuar e imitar una obra de éxito.

Cuanto más se penetra en Avellaneda se advierte que hay en él una actitud mental, literaria y de pensamiento, que le llevó a dar “su” Quijote no tan solo para continuar el de Cervantes, sino para oponerle otra ideología más afín, no a los tiempos, sino a la especial mentalidad contrarreformista ortodoxa a macha martillo y tradicionalmente piadosa del autor y de muchos de sus contemporáneos>>.

Cervantes quiso descalificar definitivamente a su enemigo cuando en el capítulo LXXII de la segunda parte del Quijote hace que don Álvaro Tarfe, accidentalmente presente en una venta, de fe, ante el alcalde del pueblo, de la inautenticidad de los héroes de Avellaneda.

El Quijote de Avellaneda
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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