El criticón es la filosófica de Baltasar Gracián dividida y publicada en tres partes: <<En la primavera de la niñez y en el estío de la juventud>>; <<Juiciosa cortesana filosofía, en el otoño de la varonil edad>> y <<En el invierno de la vejez>>.
Tratado didáctico en un viaje alegórico por la vida visto a través de Andrenio, que ignora su origen y su fin, y Critilo, que simboliza la razón natural, la experiencia que busca intuitivamente la felicidad.
Forman ambos, a través de las andanzas, siempre en relación con lo segundo. Cada una de las partes, subdivididas en pequeños capítulos, llamados <<crisis>> corresponden a las distintas edades del hombre: niñez y juventud, la varonil edad y la vejez.
La acción, fuera de los primeros capítulos, es casi nula. El anciano Critilo va por el mundo buscando a Felisinda, la esposa que le fue raptada.
A su vuelta de las Indias Orientales es víctima de un naufragio en aguas de las costas de Santa Elena, una pequeña isla desierta. Le salva a nado un joven que allí vive en estado de naturaleza.
Critilo se da cuenta de que no sabe hablar y en poco tiempo le enseña y le bautiza con el nombre de Andrenio. Le cuenta que fue criado en una cueva, y cómo un terremoto le permitió contemplar la hermosa Naturaleza, obra del Creador. Unas naves que pasan por allí los sacan de su aislamiento y los conducen a España.
Durante la travesía, Cirilo le cuenta su vida y sus desgraciados amores y matrimonio con Fe0lisinda, su encarcelamiento en Goa, y la perfidia del capitán que arroja al mar cuando volvía a España.
Transcurre hasta aquí la historia con anécdota novelesca, pero lo que viene después sigue una línea sinuosa veteada de alegorías morales y digresiones de toda índole, en busca de mostrar la vida como un camino difícil, como una dolorosa peregrinación. En Madrid el joven se deja seducir por las malas artes de Falsirena, lo que Critilo aprovecha para pintar la naturaleza, las astucias y sutiles artimañas de las mujeres.
Hasta aquí las referencias a la primera edad del hombre, la edad de la juventud alocada dominada por el amor. Se inicia entonces la edad madura. Hace ésta a los hombres reflexivos y activos, cada uno encerrado en sí mismo y vuelto con todas sus energías hacia el sueño que le atrae. Los dos peregrinos ascienden la montaña y en su cumbre encuentran la hospitalidad de Salástano y visitan sus fuentes del saber (biblioteca, museo, etc.).
Prosiguen su viaje. Francia, tierra propicia para aprender el arte de juzgar correctamente, sirve para esta enseñanza a Andrenio, y también para cómo actuar para conquistar honor y fama.
Encuentran a la ninfa de las Bellas Artes y de la Literatura. Visitan la ermita de la Hipocrinda y después el Arsenal del Valor.
En la casa de los locos asisten a la representación de toda la humanidad, de la universal locura que es la vida. Acabada la edad madura, llegan los peregrinos al invierno de la vejez y se dirigen a Roma, ciudad de lo eterno donde asistirán a una ceremonia sagrada. Pasan por el palacio de la Vejez y por el de la Embriaguez.
Tienen como guía al Acertador, al Descifrador y al Zahorí que los introducen dentro de la fortaleza de los aventureros. Aquí Andrenio se hace invisible como todos los que se encuentran junto a él, hasta que le da de lleno la luz de la desilusión.
Simbólicamente Gracián nos da a conocer la verdadera vida del espíritu que se repliega sobre sí mismo hasta que consigue reconocer la vanidad de todas las cosas y encontrar lo eterno.
Desde lo alto de una de las siete colinas de Roma contemplan la rueda del tiempo, la fragilidad de la vida humana y la muerte.
La obra está escrita para un tipo particular de lectores, para los iniciados, con la clara intención de disimular los mensajes y forzar al lector a la interpretación mediante enigmas y alegorías.
Todo debe entenderse como un puro símbolo en cada uno de sus episodios, de sus concepciones, desde el planteamiento inicial y la elección de los protagonistas.
El entramado pretende el mejoramiento ético del ser humano y el procedimiento consiste en alejarse de la pesadilla de la vida hacia la virtud. El instrumento de este peculiar viajero debe ser el conocimiento, la sabiduría.
Por eso se atribuye como símbolo el de la virtud a uno de los dos personajes principales y el pecado al otro. Para Correa Calderón, Critilo represente <<el juicio, la razón, la experiencia>> y Andrenio, <<el instinto incontenido que se deja arrastrar por todos los vicios y pasiones>>.
Esta permanente dualidad del Bien y el Mal, en continua lucha, sirve a Gracián para ofrecernos una visión filosófica y desoladora del mundo, de la que se desprende una serena y grave lección de moral, cuando Cirilo y Andrenio al arribar a la meta de sus experiencias vitales, se fundan en uno solo>>.
Si Dios crea al hombre en estado perfecto desde la inocencia de su nacimiento, el mundo lo corrompe después con sus múltiples tentaciones. Pero el hombre irá adquiriendo en las cuatro estaciones de la vida y a través de desengaños y la amenaza de la muerte, la experiencia y madurez necesarias.
A los nombres propios de persona se le asigna un significado oculto, aunque algunos como Salástano, representan a personajes reales y también los geográficos están envueltos en claves interpretativas, así como los paisajes que sirven de fondo. Todo, en definitiva, está relacionado con una virtud o con un defecto específico.
La propuesta es huir de la realidad, instalarse cómodamente entre símbolos y alegorías. Al lector de hoy se le escapa gran parte de las intenciones inmediatas que movían al escritor, aunque recoge la doctrina, vetada de personificaciones, dobles sentidos, rasgos de humor, ironías, agudezas y desoladas reflexiones, y el fondo de consejos para quienes desean sobresalir por encima de los demás.
No ha de buscar el lector lo pintoresco de las situaciones, sino pensamientos y juicios y, al tiempo, originalidad en la exposición.
Todos los conceptos son a la vez un concepto, una gran idea, la idea de la vida expuesta y desarrollada con el descomunal ingenio del escritor y su lenguaje, una expresión enfática, fluida y plástica, y muy compleja, en busca del peculiar carácter de su narración y del tono severo y amargo que a ello obliga. Son además sus recursos preferidos el retruécano, la paradoja, la expresión paralelística, la torsión de la frase, porque persigue lo novedoso, lo original, lo único, de ahí su inclasificable obra.
El criticón, de Baltasar Gracián, no es otra cosa que un cúmulo de frases, semifrases, palabras sueltas, sin conexión con el texto, leídas u oídas. La originalidad y la pretendida filosofía, no existen; y ésta estaba perseguida a sangre y fuego. Por consiguiente, prohibida. Aun en el supuesto de que no l hubiera estado prohibida, Gracián, al ser un miembro de la Iglesia católicas, (no porque no hubiera querido, sino por carecer de semejante facultad) no se habría atrevido a tan temerario riesgo.
Es un libro, el suyo, nada ameno, por sus incoherencias y pesadez; su estilo es muy manido, a semejanza de otros muchos, lo cual hace que carezca de originalidad. Muy poco usó del intelecto, en el sentido de pensar y de cómo trabajar cada renglón y párrafo, para conseguir la cohesión de ambos; y, al mismo tiempo, de toda la obra. Tal preocupación no tuvo; de aquí que, al iniciar la lectura, se vea total falta de sentido. Toda ella se vuelve absurda, hasta impedir que se siga leyendo…
Me gustaría saber cuántos la terminaron de leer. Yo creo que casi nadie, o nadie. Lo que carece de trama, cohesión, incertidumbre o suspense
no suele ser del gusto de los lectores; ni siquiera por curiosidad. Puede ocurrir que se termine de leer, si se hace a lo largo de muchas pausas, sólo por inquirir hasta dónde llega… Además, la nomenclatura que utiliza para los
personajes, es archirrebuscada, de eso que llamaron –y llaman–«renacimiento», aumentando la irritación.
Claudio Valderrama/cvalderrama844@gmail.com