Cinco horas con Mario es una novela de Miguel Delibes publicada en 1966. Biografía de Mario contada desordenadamente por su mujer la noche en que vela su cadáver.
La acción se extiende durante unas doce horas, desde las últimas de la tarde hasta las ocho de la mañana del día siguiente, pero las horas de monólogo (o diálogo sin réplica) solo son cinco, y se convierten dulcemente en una inmisericorde introspección en la España de la posguerra y su burguesía provinciana.
El argumento es el resultado de una colección de episodios recurrentes y mínimos que van completándose poco a poco.
Pueden ser considerados como minirrelatos estrechamente vinculados entre sí y manipulados en el pensamiento de la protagonista-narradora Carmen Sotillos, en busca de hacer valer su verdad.
Mario, modesto profesor de literatura de una capital castellana, intelectual inconformista, defensor de los humildes, liberal, católico posconciliar, acaba de morir hace unas horas a la edad de cuarenta y nueve años. Es el 24 de marzo de 1966.
El primer capítulo describe el ambiente de familiares y allegados que vienen a velar el cadáver y dar el pésame. Beltrán, el bedel del instituto, es desplazado por la viuda primero a la cocina, y luego a la puerta.
Carmen inicia después una larga reflexión o diálogo mental con su marido, o más bien soliloquio porque Mario no puede responder. Esta particular locución se convierte en la base del desordenado pero coherente hilo argumental y su desarrollo a lo largo de 27 capítulos con escasa continuidad de unos a otros, pues bien podría aparecer seguido todo el discurso.
A lo largo de estas cinco horas de reflexión en el velatorio, Menchu no se aparta del ataúd de su esposo y va reviviendo e hilvanando los recuerdos y los pensamientos más heterogéneos de su vida en común.
Las posturas enfrentadas de conservadores y reformistas se exponen en un examen de conciencia íntimo, pero también moral, psicológico, político y religioso de la sociedad española de los sesenta.
El patetismo de la muerte es ajeno al tono sobrio, elegante y de alejamiento de las penalidades de un velatorio. Nada de esto interesa al escritor que ve aquí la muerte con la lejanía de un dios.
Mucho más patente queda el conflicto social de las dos Españas de los años sesenta: Carmen es la Carmen española común y cierta de la España insatisfecha de su pasado y su presente, estrecha de ideas, incapaz de evolucionar, víctima de una grave frustración y representante de las clases medias tradicionales y conservadoras.
Dice Domingo que el autor se muestra aquí <<inconformista en lo social, ironista agudo y muy sagaz de nuestra anquilosada sociedad e implacable revelador de cuanto resta de hipocresía y vanidad en ciertas capas de la España tradicional, al mismo tiempo que un profundo conocedor de la psicología femenina de nuestra clase media>>.
Mario es el intelectual español esforzado, abierto al diálogo, reformista y solidario con una España que trabaja mirando al futuro en busca de una sociedad más justa. Mario tiene un sentido religioso más arraigado que Carmen.
Las recriminaciones de que su viuda le hace objeto se nos antojan tan ridículas como difícil comprender que Mario, un intelectual con poca suerte, al parecer bien preparado, autor de varios libros, abierto, liberal, pudiera enamorarse, por muy mona que fuera, de Carmen, una chica bien, de muy buena familia, pero cursi, terriblemente vacía y algo limitada. Ambos trascienden de la realidad y más que explicar sus personalidades, aunque éstas queden dentro de la verosimilitud, quiere enfrentar las concepciones de la vida de las dos irreconciliables Españas.
Dos maneras de pensar, de querer vivir, un tanto estereotipadas, posiblemente porque el lugar común y la exageración de ciertas actitudes tal vez sean lo que mejor podía caracterizarlos como símbolos. Sanz Villanueva señala que el autor se esmera para que la suya <<sea una historia con valor individual>>, con lo que los personajes <<no son meros prototipos, sino seres bien individualizados y aquí radica la verdad humana y literaria de la novela>>. Y así lo ve también Darío Villanueva, para quien el autor <<da cuerpo a un conflicto individual de transcendencia colectiva>>.
En lo puramente psicológico, y eso es tal vez lo terrible de la novela, destaca la incomunicabilidad del matrimonio tras veintitrés años de convivencia sin haber llegado a conocerse de verdad, encerrado cada cual en sí mismo dentro de un comportamiento estanco.
El silencio con que habla Carmen en su largo monólogo es el de la incomprensión de su matrimonio, el del enfrentamiento pero aceptación de su vida juntos.
Todos los capítulos, excepto el primero y el último, están encabezados por citas bíblicas, que son contrapunto al pensamiento de una mujer que ha estado casada durante veintitrés años y vela el cadáver y lo injuria: tonto del higo, calamidad, botarate, monstruo, roñoso…
De ahí el tono irónico, incluso sarcástico de comportamientos y actitudes para dejar claro que ese ataque de Carmen a su marido es en realidad una defensa de sí misma, pero lo que aprecia el lector es una defensa de Mario que se vuelve contra ella misma cuando desvela todos los prejuicios inmovilistas de su clase, la media alta, la que admira a quienes se ha adaptado al sistema y han triunfado.
Por eso rechaza la conducta inconformista de Mario y sus amigos, por su inadaptación, por su fracaso social y la incomodidad que para ella comporta. Visto así, las recriminaciones que le dirige, en lugar de ensombrecer la figura del difunto, echan tierra sobre ella.
Declaró Delibes que había empezado a escribir toda la novela en tercera persona, durante las primeras doscientas cuartillas, con Mario y Menchu vivos, pero al darse cuenta de que con su simpatía hacia Mario falseaba la coherencia artística de la obra tuvo el gran acierto de dejar el relato en la voz de Carmen desde su exclusivo punto de vista en los 27 capítulos centrales; con ello la figura de Mario, que no aparece nunca en vida, queda engrandecida. Pero su grandeza no sería nada sin la irónica manera de presentarlo, procedimiento que predomina sobre todos los demás recursos.
Las afrentas de Carmen así expuestas chocan y se vuelven contra ella dejando al descubierto su simpleza, se acusa a sí misma. Lo realmente excepcional de todo es quehacer es no caer en la pedantería, en lo cursi.
A ello contribuye de manera asombrosa la captación del habla coloquial y popular castellana, reflejada con variedad de expresiones y en un ritmo y en un tono insuperables, muy cercano, que se contagia del habla espontánea y de los coloquialismos, de los tópicos de la gente de su clase y educación.
De esta manera el lenguaje de Delibes resulta acertadísimo, de grandísima lectura, lírico, y ciertamente uno de los más espectaculares logros de la novela.
Carmen expresa ella misma su pecado, y representa el egoísmo, la falsedad, la inautenticidad, el acomodamiento social, pero al mismo tiempo guarda las formas como guarda tantos otras cosas desde hace tanto tiempo. Su vida es así y no está dispuesta a cometer una atrocidad para cambiarla.
Sugiere Gil Casado que tal vez conocía Delibes la obra de Faulkner As I lay dying, con paciencia estructura, aunque en ella son ocho los parientes que mediante sus pensamientos recrean el perfil de la difunta.
Desde su publicación hasta hoy el libro ha tenido una crítica unánime e indiscutida y ha llegado con original frescura tanto a las aulas de la universidad como al lector medio, y no hay estudio de la novela española contemporánea que no lo tenga en cuenta con profusión. Carmen Sotillos pasa así a ser una de las grandes protagonistas femeninas de nuestra literatura.
La novela fue llevada al teatro por el propio Delibes.