Escritor argentino. Residió en Europa durante la I Guerra Mundial y no regresó a Buenos Aires hasta 1921.
Entre 1919 y 1921 vivió en España y se puso en contacto en Madrid con los círculos literarios del momento.
Frecuentó especialmente la tertulia de escritores que presidía Rafael Cansinos-Asséns, quien ejerció cierto influjo sobre la obra del escritor argentino.
De vuelta a Argentina, fue en Buenos Aires uno de los principales exponentes del ultraísmo, movimiento vanguardista al que Borges contribuyó al principio con gran entusiasmo.
Fundó entonces la revista mural Prismas junto con Macedonio Fernández lanzó Proa (agosto 1922-julio 1923), que en su segunda época (agosto 1924-septiembre 1925) dirigió con R. Güiraldes, P. Rojas Paz y otros.
En 1938 logró alternar su actividad literaria con un empleo de bibliotecario municipal. Por esta época se inicia su colaboración con Silvana Ocampo y con A. Bioy Casares.
Con este último compuso una Antología de la literatura fantástica (1940) y los relatos de Seis problemas para dos Isidro Parodi (1943).
En los años 40 había ya dado el escritor buenas muestras de su triple labor de poeta, ensayista y autor de relatos calificados de «metafísicos» por la crítica literaria.
Con la subida al poder del peronismo perdió su plaza de bibliotecario y tuvo que ejercer, como medida de represalia política, oficios bien distantes de su profesión de hombre de letras.
A la caída del general Perón el Gobierno revolucionario le nombró director de la Biblioteca Nacional (1955), y ocupó también un puesto docente en la Facultad de Letras de Buenos Aires.
Fueron apareciendo por esas fechas los volúmenes que integran sus Obras completas, edición a cargo de Emecé.
A partir de entonces lo absorben los trabajos de docencia y una intensa actividad como conferenciante de fama ya internacional.
En 1961 salió a la luz la Antología personal, y con Samuel Beckett compartió el Premio Internacional de los Editores.
Después de dar un curso en la Universidad de Texas, realizó una gira por Europa. Ha sido citado su nombre en varias ocasiones como candidato al Premio Nobel de Literatura.
Su obra ensayística, inseparable de las otras dos vertientes creativas como poeta y narrador, la forman los títulos siguientes: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926), El idioma de los argentinos (1928), Evaristo Carriego (1930), Discusión (1932), Historia de la eternidad (1936), Otras inquisiciones (1937-52).
Del Borges poeta son Luna de enfrente (1925), Cuaderno de San Martín (1929), Poemas 1923-1958. Poemas y prosas componen El hacedor (1960), obra de encrucijada en la que se resumen los rasgos determinantes de Borges. La nómina de sus libros de relatos incluye: Historia universal de la infamia (1935), El jardín de senderos que se bifurcan (1941), Ficciones (1943-44), El Aleph (1949).
En esta sección se incluyen los relatos escritos en colaboración con Bioy Casares, publicados con los seudónimos de H. Bustos-Domenecq y de B. Suárez Lynch.
Dentro de esta relación hay que añadir otros breves volúmenes de divulgación sobre temas como el de Martín Fierro, las literaturas anglosajonas, el Manual de sociología fantástica (1957) o las antiguas literaturas germánicas.
Esta parte de su producción constituye en muchos casos una buena ayuda para el estudio de las fuentes de la obra esencial del escritor. Junto a sus contribuciones en las revistas vanguardistas de la primera mitad del siglo hay que citar su labor en el suplemento literario de La Nación y en la revista Sur, dirigida por Vicente Ocampo.
Su intervención en esta última certifica su óptica cosmopolita parcialmente desvinculada de los problemas de una literatura iberoamericana «comprometida», y permite aludir a algunas de sus opciones políticas.
El tema clave de la obra de Borges es el del tiempo circular, rastreable tanto en sus poemas y relatos como en sus ensayos. De ésta surgen los subtemas del laberinto y de la creación recurrente tan reiterativamente tratados en sus textos más substanciales.
Un trasfondo filosófico, tratado con un diletantismo subyacente, inspira su prosa y su verso, complicados por el juego de las simetrías y de las correspondencias, por la ley de las compensaciones y de los equilibros mantenidos en un segundo plano.
Su estilo, dentro de la complejidad de la intención creativa, tiene algo de clásico, con un léxico en cierto modo sobrio y ajustado y una sintaxis de equívoca transparencia.
En un conjunto, todo libro de Borges se ofrece como una especie de ejercicio intelectual, que comprende un velado registro de alusiones filosófico-literarios, traduce un escepticismo de origen y utiliza los espejismos producidos por un modo equívoco de utilización del lenguaje. La carga subversiva de esta obra literaria tiene como contrapunto la formulación de aparente lógica y el recurso a la estratagema estilística.
Otra faceta peculiar de Borges es la entonación orillera y gauchesca de que dan testimonio prosas y poemas, inspirados por su arraigo argentino.
En resumen puede decirse que sobre ello no cabe todavía emitir un juicio imparcial, pero que la calidad que deja transparentar la convierte en una de las creaciones literarias más singulares y dignas de atención que brinda en toda su evolución histórica el panorama de las letras en la América del Sur.
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