El siglo XX comenzó muy prometedor para la ilustración de libros en España. El primer tercio fue uno de los periodos más estimulantes y vitalistas de la historia de la cultura española.
La industria editorial alcanza un gran desarrollo, que propició la difusión de la obra de un grupo de artistas plásticos que fueron los precursores de la ilustración española de libros para niños.
Esto coincidió con la atención más especial de la que empezó a disfrutar la infancia. Los escolares comenzaban a tener «sus» libros, tebeos, teatro…Se convirtieron en público.
Origen de la literatura infantil
Así nació la literatura infantil española, que, por supuesto, estaba ilustrada y cuya divisa era «instruir deleitando». Esta ilustración corrió de la mano de grandes artistas, los irrepetibles modernistas y los novecentistas catalanes.
Fue Barcelona el gran centro de producción editorial que, junto con la editorial Calleja, en Madrid, pusieron en circulación modélicos libros para niños, ilustrados por Apel-les-Mestres, Bartolozzi, Llaverías, Lola Anglada, Sánchez Tena, Penagos y otros, artistas olvidados, y que, si los tiempos hubieran sido propicios, habrían dado lugar a una escuela de ilustración genuinamente española.
La guerra civil, la posguerra y la dictadura marcaron la vida cultural española que dio paso a un periodo de escasez y mediocridad, con las brillantes excepciones de Merçé Llimona, María Rius y Ferrándiz, además de los dibujantes de historietas Blasco, Cifré, Ambrós, Vázquez e Ibáñez.
A finales de los 60, en Cataluña comienza a recuperarse el libro infantil ilustrado, heredero de aquellos precursores y ya en los años 70, de la mano de la editorial madrileña Altea, y de dos jóvenes profesionales, creativos, renovadores y progresistas, el ilustrador Miguel Ángel Pacheco y el escritor y cineasta José Luis García Sánchez, se dio el impulso definitivo que permitió alumbrar el nuevo concepto de libro para niños, plenamente instalado en el panorama internacional.
Principales escritores de literatura infantil
Principales protagonistas de este momento fueron, junto a Pacheco, el grupo de ilustradores formado por Asun Balzola, Miguel Calatayud, José Manuel Boix, Viví Escrivá, Carme Solé, Ulises Wensell y otros, cuyos trabajos tuvieron una extraordinaria acogida en el país y una inmediata repercusión internacional. Rupturistas, originales y buenos conocedores, tanto de los clásicos como de las nuevas corrientes artísticas, supieron incorporar la contemporaneidad al panorama español.
Treinta años después siguen siendo ilustradores de referencia de la literatura infantil española. Estos dibujantes marcaron las pautas del buen hacer, así como la defensa de la libertad creativa marcando el camino de los que han llegado después.
La mayoría de los nuevos profesionales en la década de los 80 y 90 fueron incorporándose al panorama de la ilustración, continuaron con las ideas de este grupo de ilustradores y que, inspirados en estos maestros, han sabido recrear estilos personales.
El siglo XX se cierra con brillantez, con un afán de innovación similar al que tuvo el «Grupo de los 70», pero amparados en una tradición ilustradora. Este nuevo arte recoge influencias de todo tipo: del pop, el surrealismo, el cubismo, el hiperrealismo, la fotografía, el cine, el cómic,…además del gusto por la experimentación y el mestizaje de técnicas, estos trabajos se realizan con una estimulante libertad creativa y con un excelente oficio.
Ilustraciones en el libro infantil
La imagen desempeña un papel fundamental en la educación, es indispensable en el desarrollo de la capacidad de comprensión, además de adornar y embellecer un texto, dice cosas que éste no dice y fomenta la cultura impresa frente a lo audiovisual.
La ilustración debe llamar la atención del lector-observador, despertar su curiosidad, puede llegar a ser un mensaje tan rico como el texto mismo. Lo ideal en el libro ilustrado es que se complementen, que no tengan sentido el uno sin el otro, que su conjunción sea perfecta. Las ilustraciones deben ser el alma del libro infantil.
El mundo imaginario fue muchas veces poblado, en las primeras etapas de la vida, por las imágenes de los cuentos que leíamos de niños, nos hizo sentir en otro mundo. Por esto, la ilustración debe permitir proyectar en ella, el estado anímico del niño, debe atraparles pero no hipnotizarles, nunca debe ser la estación final donde llegue el niño y se instale.