Consideradas en bloque, las literaturas más relevantes de este lapso son las estadounidenses, la francesa y la hispanoamericana. En otras (como la alemana, la rusa o la italiana), un hilo conductor ha mantenido constante el nivel de calidad, aunque sin la proliferación de grandes figuras simultáneas; en otras más, en fin, como es el caso de la española, un determinado proceso provocó un saludable renacimiento que todavía es pronto evaluar.
LA NARRATIVA ESTADOUNIDENSE
A la crítica y también narradora Gertrude Stein se debe la afortunada expresión «generación perdida», con la que se conoce el grupo de escritores norteamericanos que vivieron periodos más o menos largos en Europa, en los años de entreguerras. Entre los integrantes de esta generación figuraron Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Sherwood Anderson y Henry Miller.
La obra de Scott Fitzgerald, así como su propia vida, es arquetípica de los «felices veinte», y representa como ninguna otra el esplendor de un sueño americano que se creyó interminable. La de Miller, por su parte, es el mayor revulsivo de vitalidad panteísta y fuertemente sexual de la literatura norteamericana, hasta el punto de haber estado largos años prohibida en su país.
Hemingway, con el hallazgo de su estilo directo y eficaz, es sin duda uno de los dos escritores estadounidenses que mayor influencia tuvieron en las generaciones siguientes de narradores, a uno y otro lado del Atlántico. El otro, en el extremo opuesto de la complejidad y la psicología de las profundidades, es William Faulkner, El ruido y la furia, Sartoris, Mientras agonizo, Santuario, Luz de agosto, Palmeras salvajes, etc., cuya singular escritura incorporó todos los hallazgos de las vanguardias a una personal visión de la decadencia y el deterioro.
EL FENÓMENO HISPANOAMERICANO
En el pasaje entre la década de los sesenta y los setenta, Europa y principalmente España, vivió con asombro el llamado boom de la literatura hispanoamericana. Media docena de escritores, sin duda de primera línea entre sus contemporáneos, protagonizaron un lanzamiento editorial que en realidad representaba a una literatura mucho más vasta e inclasificable que ellos mismos.
Los autores que dieron a conocer internacionalmente esta riqueza fueron el colombiano García Márquez (1928: Cien año de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño de patriarca), el peruano Mario Vargas Llosa, el argentino Julio Cortázar, el mexicano Carlos Fuentes y el chileno José Donoso.
Detrás de ellos estaban otros nombres mayores de la narrativa hispanoamericana, que comenzaron a ser también conocidos a nivel internacional, en buena medida, por los corolarios derivados del boom.
Estos autores de primera línea mundial son el argentino José Luis Borges (Ficciones), el cubano Alejo Carpentier (El reino de este mundo), el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (El señor presidente), los mexicanos Juan Rulfo y Juan José Arreola (Confabulario), el venezolano Miguel Otero Silva (Casas muertas), el paraguayo Augusto Roa Bastos (El trueno entre las hojas) y el uruguayo Juan Carlos Onetti (El astillero).
FRANCESES E ITALIANOS
La solitaria y monumental obra de Marcel Proust bastó para hacer inviable la herencia de la gran novela francesa decimonónica, desde el naturalismo zoliano a la instrospección flaubertiana, pasando por el realismo contundente y sin adjetivos de Balzac. Entre los novelistas contemporáneos de Proust, o entre sus inmediatos continuadores, se advierte una decidida voluntad de renovación.
Así, en el caso de uno de los escritores de más amplio espectro, André Gide (Los alimentos terrestres), se hace evidente esta vocación rupturista que puede apreciarse también en las obras de François Mauriac (Nudo de víboras), Julien Green (Moira), André Malraux (El camino real) y, sobre todo, Louis-Ferdinand Céline (Viaje de un largo día hacia la noche), cuya virulencia verbal fue decisiva para la liquidación de las herencias retóricas de la lengua literaria francesa.
Dos grupos sucesivos tuvieron una presencia hegemónica en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial (existencialismo) y en la década de los sesenta (nouveau-roman).
Los existencialistas, encabezados por el filósofo, ensayista, narrador y dramaturgo Jean Paule Sartre (El ser y la nada) y en el que sobresalió también el filósofo Maurice Merleau-Ponty, la narradora y ensayista, Simone de Beauvoir (Todos los hombres son mortales) y el malogrado Albert Camus (El extranjero).
El segundo movimiento conocido también como école du regard agrupó a los objetivistas que hicieron de la novela un campo de investigación estricto, apartado de toda psicología o concesión lírica. Entre los autores significativos de esta escuela destacan: Alain Robbe Grillet (La celosía), Nathalie Serraute (Retrato de un desconocido), Michel Butor (La modificación), y aunque de clasificación más dificultosa, Marguerite Duras (Un dique contra el Pacífico).
Por lo que hace a la literatura italiana, su vitalidad sin interrupciones en la presente centuria arranca de los culminadores del realismo, como Massimo Bontempelli e Ignazio Silone, pasa por los cultores del regionalismo, entre los que sobresale Bruno Cicognani y se manifiesta incluso, durante los años del fascismo y la posguerra, en ese fenómeno solitario y de gran audiencia popular que fue Curzio Malaparte.
OTRAS LITERATURAS
En otras lenguas se expresaron también algunos de los más importantes novelistas del siglo, como el ruso Vladimir Nabókov (Pálido fuego), los alemanes Thomas Mann (La montaña mágica) y Hermann Hesse (El lobo estepario) o el polaco Witold Gombrowicz (La pornografía).
En España, al brillo inusual de la poética «generación del 27» no correspondió un conjunto de narradores de semejante altura. No obstante, aparte de los notables pensadores como José Ortega y Gasset, Eugeni d’Ors y María Zambrano es imprescindible mencionar novelistas de la talla de Corpus Baga, Rosa Chacel, Ramón J. Sender, Max Aub y Francisco Ayala, entre los que corresponden a esa generación. Como intermediarios entre ella y las promociones más recientes resaltan las grandes figuras de Gonzalo Torrente Ballester (Los gozos y las sombras) y Camilo José Cela (La colmena).