Bajo el nombre de épica y romancero se conocen los dos géneros, mayoritariamente de autoría anónima, que presidieron la narrativa europea occidental durante la Alta y Mediana Edad Media.
Casi todas las obras más significativas de ambos géneros fueron poemas de diversa longitud que giraban en torno a héroes más o menos legendarios, que se habían convertido en arquetipos de sus respectivos pueblos. La epopeya y el romance fueron también los primeros vehículos en los que se expresaron las lenguas nacionales que habían sustituído al latín, la antigua lengua literaria universal.
La vitalidad de estas vigorosas expresiones narrativas se ha mantenido vigente en el transcurso de los siglos, derramando su influencia sobre las más diversas artes.
La mejor prueba del interés que estas obras han despertado y despiertan entre los europeos en general, es que las mayores de ellas se pueden conseguir traducciones en las distintas lenguas del continente.
Pese a las alteraciones producidas por su mitificación , detrás de los grandes héroes hay personajes históricos, la magnitud de cuyas hazañas los hizo convertirse en ideales nacionales.
Estas epopeyas solían dramatizase y eran cantadas, con acompañamiento de arpa, en las cortes o ante grupos de viajeros de especial cualificación, lo que las transformaba en ejemplo de más alto nivel poético, dirigido también a los públicos más distinguidos. Los héroes del romancero aunque se presentaran como personajes históricos lo eran en su mayoría ficticios y sus hechos bélicos estaban siempre acompañados por aventuras amorosas y sobrenaturales, con presencia de mujeres y abundancia de elementos mágicos.
Así como la epopeya tiene sus raíces en un mito fundacional o en un proceso de identificación o unidad nacional, el romance expresa más bien una forma de vida superior imaginaria. Por contra, ambos géneros tenían en común diversos materiales del folklore primitivo y el fuerte sello del feudalismo y de los valores cristianos.
LA EPOPEYA TEUTÓNICA
El ciclo místico de los misteriosos teutónicos precristianos está contenido en los Edda, dos colecciones poéticas irlandesas de los siglo IX-XIII. La más antigua es la Edda Mayor, atribuida a Semund el Sabio y consta de 35 poemas heroicos y mitológicos; la segunda Edda menor o prosaica, para por ser obara de Snorri Sturlson y contiene un arte poética dividida en tres partes y el Háttatal, poema de 102 estrofas en diversos metros y técnicas.
Entre otras historias que harían larga fortuna en el arte europeo allí aparece la primera mención al guerrero Sigfrido y a la raza de los nibelungos.
Las sagas (literalmente, «historias») conforman por su parte una tradición de Islandia y Noruega, a las que posteriormente se agruparon diversos libros de viajes realizados a Dinamarca, Groenlandia o Islas Feroe. Su asombrosa precisión enumerativa ha permitido la conservación de miles de antropónimos y topónimos escandinavos, amén de las incontables historias de venganzas, pasiones y asesinatos que asimismo las pueblan.
LA EPOPEYA FRANCESA
No menos de ochenta epopeyas configuran el ciclo carolingio de la primitiva literatura francesa, pero de todas ellas sin duda sobresale La Chanson de Roland que nos narra la muerte del héroe en la retaguardia del ejército, durante la desastrosa retirada pirenaica de Roncesvalles en 778. Conocidas como chansons de geste estas epopeyas son un verdadero manual de exaltación de las virtudes del caballero cristiano y de la hidalguía.
EL MUNDO DEL ROMANCERO
La palabra roman, que en el francés moderno significa «novela», se empleaba en la Edad Media para describir las narraciones en verso o en prosa de un género que abarcaba tres tipos principales de temática: artúrica (ciclo del rey Arturo, el Santo Grial y los caballeros de la Tabla Redonda), carolingia y clásica.
Los romances, originados en la propuesta estética de los poetas lírico provenzales, llamados trovadores, nacieron en el siglo XI y no tardaron en extenderse al resto de Francia. Alemania, y en menor medida, Inglaterra. En la primera etapa expresaban el espíritu del amor cortés, una filosofía a mitad de camino entre la religión y el erotismo, que exaltaban la adoración de la mujer y los trabajos y pesares del hombre en homenaje a su dama.
Un alto ejemplo de este ejercicio fueron los minnesingers («cantores del amor») alemanes, que aunque en algunas ocasiones ejercieron de poetas épicos, enriquecieron sobre todo la poesía amorosa europea. Posteriormente, la influencia trovadoresca llegó a Italiam donde por vía petraarquista produciría la gran revolución lírica española, que tuvo por abanderado a Garcilaso y por escudero a Boscán.
Uno de los más altos logros de la trova sería La Vita Nuova, una treintena de sublimes poemas de amor en los que Dante confía a su amada Beatriz la salvación de su alma.
Por otra parte, el celebérrimo Roman de la Rose, originario del siglo XIII, es una alegoría de un sueño de amor cortés dividido en dos partes.
Los primeros 4.058 versos fueron escritos por Guillaume de Lorris y describen los intentos del Amante por hacer reaccionar a la Amada. Los 17.222 versos restantes son medio siglo posterior y corresponden a Jean de Meung, acaso el primer satírico que cuestionó los postulados del amor cortés y llevó el poema a conclusiones mucho más realistas. Ambas partes tuvieron una profunda influencia en la poesía europea de los dos siglos posteriores, de la que una buena muestra podría ser el Troilo and Criseyde, ya abocado a una sensibilidad mucho más cercana al espíritu renacentista.
EL CICLO ARTÚRICO
La crítica contemporánea cree que el referente histórico del rey Arturo fue en realidad un caudillo romano-britano que debió vivir aproximadamente en el siglo V. Mencionado tempranamente en historias latinas sobre Gran Bretaña, escritas por monjes galeses, su primera versión literaria se atribuye a Geoffrey of Monmouth de quien la habría tomado y ampliado Wace, un poeta franco-normando que dedicó su obra a la esposa de Enrique II, Leonor de Aquitania, devota y protectora del amor cortés. Pero el mito no alcanzaría su definitiva estatura hasta la versión del francés Chrétien de Troyes de quien derivarían todas las restantes variaciones del ciclo artúrico, incluyendo las británicas y alemanas de los siglos XII al XV.
ITALIA Y DANTE
El espíritu trovadoresco alcanzó una de sus formas más altas en la Italia de los siglos finales del medievo. La idealización de la amada inaccesible llega a su cumbre en los sonetos que Petrarca (1304-1374) escribe para Laura. Ese espíritu y esa revolución formal ejercerán profunda influencia en los poetas franceses e ingleses de los dos siglos siguientes, y serán uno de los elementos centrales del momento cumbre de la poesía española, enriquecida por el descubrimiento de la versificación al «itálico modo».
En la propia Italia no hay que olvidar el aporte de otros poetas como Giovani Boccaccio. Pero la figura máxima de la Italia medieval es Dante Alighieri (1265-1321) cuya Divina Comedia, elaborada entre 1306 y 1321, es una de las obras fundamentales de la literatura occidental. Escrita en terza rima (tercetos de endecasílabos rimados), consta de tres partes (Infierno, Purgatorio, Paradiso) que son otras tantas resumen de la ciencia y los códigos espirituales del medievo, un compendio de su historia, y una galería de retratos y costumbres jamás compiladas antes en un sólo poema.
Dante se hace acompañar en su descenso por el poeta latino Virgilio y llega a la culminación paradisíaca de la mano de Beatriz, la amada ideal cuyas virtudes había ya cantado en La Vita Nuova. Las exégesis e interpretaciones que desde su aparición ha despertado la Comedia, la convierten en uno de los libros más comentados de todos los tiempos.
CANTAR DE MIO CID
Escrito presumiblemente a comienzos del siglo XII y ampliado medio siglo más tarde hasta los 3.730 versos que tiene la copia única firmada por Per Abbat en 1307, el Mio Cid es la mayor y más antigua muestra de la épica castellana que haya llegado hasta nosotros, y por su tono mesurado y en ocasiones hasta irónico, puede considerársele también un ejemplo único del género dentro de la épica europea.
El poema está dividido en tres cantos de creciente extensión: Cantar del destierro, que el protagonista debe cumplir por orden del rey Alfonso VI de Castilla; Cantar de las bodas, en el que se narran las hazañas del Cid y los preparativos de las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión; Cantar de Corpes, donde se explica la famosa afrenta de que son víctimas las infantas doña Elvira y doña Sol, y el juicio reparador en el que el Cid obtiene satisfacciones.
La existencia histórica de Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, está suficientemente probada; nacido en la localidad burgalesa de Vivar h. 1043, murió en Valencia en 1099. Típico representante de la aristocracia rural y de la azarosa vida de los nobles feudales, el Cid lo es también de un carácter que adquirirá solera con el paso de los siglos y la progresiva unificación de España: el del hidalgo castellano, fiel a su rey y a su palabra, parco de ánimo y manifestaciones, sufrido en la adversidad y sobrio en la ejecución de la venganza. Desde el punto de vista de la creación de mitos y de la inspiración que ellos representan para artistas de diversos tiempos y culturas, su importancia no es menor que la del Roldán carolingio o la del Beowulf anglosajón.