Autor teatral español. Afincado en Madrid tempranamente, trabajó como dependiente de comercio, pasó luego al periodismo y desde los 18 años empezó a dedicarse al teatro.
Obra literaria de Carlos Arniches
Su obra remoza la tradición del género chico, que cultivó con su genio espontáneo, de directa comunicación, con un público adicto.
En sus 300 obras, los sainetes, las comedias y los libretos de zarzuela se alternaron repetidamente. Algunas fueron realizadas con colaboraciones con Antonio Casero, Joaquín Abati, Fernández Shaw, Antonio Estremera y Enrique García Álvarez. Con éste último alcanzó algunos de sus mejores éxitos, como El padre Vallbuena (1904) y Alma de Dios (1908).
Sus primeros títulos, Los aparecidos (1892), El cabo primero (1895) y El santo de la Isidra (1898), acentúan el aspecto festivo de su vena creadora. Pero en su etapa última se decanta por el cariz triste que presentan también las situaciones y personajes populares que siempre reiteró.
La señorita de Trévelez (1910), que el director cinematográfico J.A. Bardem adaptó al cine con el título Calle Mayor, sería un ejemplo de esta modalidad. Entre sus numerosos sainetes y piezas cómicas cabe destacar aun El puñao de rosas (1922), La pena negra (1906), Genio y figura (1910), etc.
Lenguaje de Carlos Arniches
Creó un lenguaje propio, extraído de los giros madrileños populares, pero que a su vez influyó en éstos. Su arte, deudor de la cotidianidad, revertía a ésta natural y humorísticamente.
Pérez de Ayala celebró en Las Máscaras el teatro de Arniches, oponiéndolo al convencionalismo artístico burgués que expresaba el ejercido por Benavente.
La publicación en 1917 de una serie de «sainetes rápidos» ilustra su modalidad.
La enumeración de los títulos que incluye en dicho volumen (Los pobres, Los culpables, El premio de Nicanor, Los neutrales, La risa del pueblo, La pareja científica, Los ateos, Los ricos, Los ambiciosos) expresa suficientemente el valor de Arniches.
Una obra de inmediata comunicación que hizo de él un autor preferido del pueblo de Madrid, a través de su costumbrismo que, en la misma modestia y sabio oficio escénico del autor, reúne los atributos de su dignidad.